PRIMER SÁBADO DE MES

 MARÍA, MODELO DE CONFIANZA EN DIOS

La fe a la Virgen le fue concedida desde el primer instante de su concepción fue una FE EXTRAORDINARIA, vivísima y su confianza en Dios estuvo en proporción con esta fe, ya que el principio de la esperanza es la fe, de la cual nace. El Señor, aun antes de la Redención, prometió escuchar nuestras oraciones, fortificarnos en nuestras penas, defendernos contra nuestros enemigos y conducirnos a la gloria eterna (Salmo 49 y 90). Confiando en esta palabra infalible, la bienaventurada Virgen María no buscó jamás entre las criaturas lo que encontraba en Dios de un modo perfecto, es decir, luz, energía, dones de la gracia, consuelos y salvación, y repetía con el Profeta David: "Mas yo hallo mi bien en estar unida con Dios y en poner en el Señor Dios mi esperanza (Salmo 72, 28)." Estas palabras resumían los sentimientos que la animaron durante toda su vida.

Tales sentimientos se hicieron aún más profundos con lo mucho que su confianza FUE PROBADA. En todas las circunstancias de la vida fue verdaderamente maravilloso su abandono a la Providencia divina: cuando se desposó con José, después de haber hecho voto de virginidad; cuando ocultó a su esposo la dignidad de Madre de Dios de que había sido revestida; cuando ofreció sin reserva alguna su vida y la de su Hijo en el Templo entregándose por completo a la voluntad del Padre, y cuando huyó a Egipto sin más medios ni recursos que su confianza en Dios, viviendo en aquella tierra extraña siete años, gozando de paz inalterable, porque todo lo confiaba en aquel que prometió socorro a las almas, que fielmente esperan en él.

Y ¡cuán digna de admirar fue la conducta de María sobre todo en la PASIÓN de NUESTRO SEÑOR! No hay roca que se mantenga tan firme entre las olas del mar como se mantuvo la Virgen fidelísima en medio de aquel océano de tribulaciones. Su maravillosa firmeza, su firmeza heroica, provenía únicamente de su esperanza en el Señor, porque ella sabía que: "El Señor es el que da la muerte y da la vida: el que conduce al sepulcro y libra de él (1 Sam. 2, 6)." Y aunque Jesús agonizaba, María le miraba siempre como a Dios triunfador, y su inmensa confianza en las divinas promesas no se desmintió jamás. Por eso, aunque le vio morir, esperó plenamente segura la hora de su Resurrección.

¡Dios mío! En unión de María, mi dulcísima Madre, quiero renunciar desde ahora a buscar apoyo en las criaturas, porque son frágiles, y aunque a veces prometen mucho, es poco lo que nos dan y nos lo hacen pagar muy caro. concédeme, te suplico: 1º firme voluntad para que, imitando a la Virgen Santísima, confíe plenamente en tus divinas promesas, sobre todo al invocarte; 2º esperar en tu auxilio divino, en la prueba y el dolor, porque tú, Señor, dijiste: "Clamará a mi y le oiré benigno, con él estoy en la TRIBULACIÓN, le pondré a salvo y le llenaré de gloria" (Salmo 90, 15).

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