PRIMER VIERNES DE MES

 NUESTRA CONFIANZA EN EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

¿Qué hijo, teniendo un PADRE amantísimo y dueño de inmensas riquezas, de las que le hacía participe, sería capaz de no poner en tal padre toda su confianza? ¿Quién no la tendría en un HERMANO querido, bueno, recto, generoso, lleno de delicadezas? ¿Quién podría desconfiar de un AMIGO abnegado, que hubiera dado ya pruebas de cariño y lealtad? Pues Jesús es todo a la vez para nosotros; el mejor y más tierno de los Padres, el más amante de los hermanos, el más fiel de los amigos. Es, además, sabio, poderoso, dueño absoluto de los tesoros del cielo y de la tierra, liberal u dispensador de todas las gracias y beneficios, siempre dispuesto a otorgarnos cuanto fuere necesario para nuestro bien.

¿Por qué, entonces, DUDAMOS tantas VECES EN DARLE NUESTRA CONFIANZA? Apenas si nos atrevemos a esperar que escuchará nuestras súplicas, ¡Cuánto menos seremos capaces de abandonarnos entre sus manos! ¿Por qué tales sentimientos en nuestros corazones! ¿Es Jesús, acaso, demasiado exigente o severo con los que le aman? ¿Por qué, entonces se rebela en secreto nuestra naturaleza ante una total entrega, poniendo en sus divinas manos nuestra libertad y cuanto somos y poseemos?

Es porque no comprendemos ni SU AMOR ni nuestros verdaderos intereses. Cuando los grandes de la tierra nos otorgan su protección y reciben en sus palacios, nos sentimos apoyados y confiamos en tales valedores. Pero cuando el Rey de los cielos nos abre sus brazos amantísimos y nos estrecha contra su Corazón, donde nos introduce como en un paraíso, dudamos, le escatimamos la confianza y menos aún somos capaces de abandonarnos totalmente a su amor y bondad.

¡Oh Jesús! ¡Cuánto me arrepiento de este temor mío, que tantas veces me ha impedido acercarme a ti para exponerte mis necesidades o para recibirte en la sagrada Eucaristía! Desde ahora tomo las siguientes RESOLUCIONES: 1ª entregarme sin reserva alguna entre tus manos, para que dispongas de mí según tus designios infinitamente amables; 2ª someter por completo mi entendimiento a tu divina Sabiduría y mi corazón a tu Corazón sacratísimo, confiando en él plenamente, sin recelos de ninguna clase. Porque ¿Cómo sería posible dudar de aquél que siempre buscó en mí la ovejita perdida, que dio sangre y vida por mí, que sigue inmolándose diariamente por mí en el Altar, que se hace por amor mi prisionero y se da a mí como alimento en la sagrada Eucaristía?

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