SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 San Lucas refiere en su Evangelio que Moisés y Elías estuvieron en el Tabor con Jesús y que le hablaron de su PASIÓN y del misterio de sus sufrimientos (Lc. 9, 31). No nos hubiera extrañado que el Salvador, en medio de tanta gloria, lleno de gozo, alejase de sí la idea de sus tormentos. Sin embargo, ocurrió exactamente lo contrario, quiso conversar acerca de su dolorosa Pasión, y he aquí los motivos que tuvo para ello: 1º para hacernos comprender que su Pasión y muerte habrían de ser para él y para nosotros fuente inagotable de verdadera felicidad; 2º para que no esperemos gozar con él si antes no hemos llevado como él la cruz aquí en la tierra; 3º para que entendiéramos que, engendrados a la vida de la gracia en el Calvario, no conviene en absoluto que hagamos un Tabor de nuestra vida, excluyendo de ella los dolores, las contrariedades, la lucha contra nosotros mismos y las contradicciones de nuestros prójimos.

Jesús tomó sobre sí el castigo que merecieron nuestros pecados; y quiere hacernos participes de su cáliz, con intención de sanarnos, perdonarnos y salvarnos.

Además, Jesús, como cabeza del cuerpo místico de la Iglesia, tiene derecho a exigir de todos sus miembros perfecta CONFORMIDAD con él hasta en los padecimientos. De esta manera depura nuestra virtud, desprendiéndonos del amor propio y preservando nuestro corazón de las corrientes impuras de los ríos de Babilonia, o, mejor dicho, de los placeres del mundo que pudieran mancillarle. -Sabiendo todo esto ¿podríamos rehusar la cruz que nos presenta? Del mismo modo que deseamos la Gloria y la felicidad del Cielo, deberíamos desear la ignominia y la tribulación que conducen a sus puertas. No recibiremos la corona si no combatimos como valientes, no seremos exaltados sin haber sido antes humillados y no tendremos parte con Jesús en las delicias de la Resurrección si no le acompañamos antes hasta la cima del Gólgota y hasta su misma sepultura.

¡Oh mi divino Redentor! Tú sabes que el sufrimiento es necesario para purificarme, para despegarme de la tierra y de mi mismo, para vencer mis malas inclinaciones y ejercitarme en las virtudes. No consientas que el abatimiento se me adueñe del alma cuando me honres con tus espinas y con tu cruz. Tomo la resolución de EVITAR de aquí en adelante quejas, temores, impaciencias y murmuraciones cuando me enfrente con el sufrimiento en esta vida. Por la intercesión de tu divina Madre hazme cumplir fielmente este propósito. Haz que mira la cruz como tú la mirabas cuando decías a tus discípulos: "Con un bautismo de sangre tengo que ser yo bautizado, y cómo traigo en prensa el corazón mientras que no lo veo cumplido (Lc. 12, 50)." Ilumíname para que me dé cuenta de los admirables efectos de este bautismo, que, al transformar las almas, las deifica.

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