CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 EL ALIMENTO EUCARÍSTICO

¡Que gran milagro hizo Jesús al multiplicar cinco panes y dos peces, hasta satisfacer el hambre de cinco mil hombres y llenar doce cestos con las sobras de aquella comida! Pero ¿no es mil veces más grande el divino milagro eucarístico? Ahora MULTIPLICA el Salvador, no un pan material para alimentar nuestros cuerpos, sino el Pan vivo, bajado del cielo para alimentar nuestras almas y que no es sino su sacratísima Persona adorada por las celestiales jerarquías. Se multiplica inmolándose cada día sobre millares de altares, aún más: permaneciendo en millones de hostias consagradas por las palabras del sacerdote. Y allí está prisionero bajo las más humildes apariencias para servirnos de alimento. ¡Prodigio incomprensible!

Allí, dice el Doctor Angélico, su cuerpo glorioso y su sangre adorable unidos a su alma y a su divinidad, nos preparan el BANQUETE más augusto y sustancial que jamás pudo haber sido. Quien de él participe, asegura el mismo Jesús, no morirá espiritualmente, pero tendrá sobre la tierra la vida de la gracia, y en el cielo la vida de la gloria (Jn. 6, 52). "Cuando tú me recibes, decía el Señor a San Agustín, no eres tú quien me transformas y haces vivir por ti, sino yo soy quien te transformo y hago vivir por mí." -Luego Jesús nos comunica su propia vida; su espíritu pasa a nosotros y nos dirige en nuestros caminos; su imaginación cura la nuestra enferma de disipación y la enseña el recogimiento; su divina voluntad ennoblece nuestros sentimientos, purifica nuestros afectos y eleva nuestros deseos por encima de lo creado, nos hace capaces de huir de toda infidelidad y nos ejercita en la práctica de todas las virtudes. Así, nos convertimos por la gracia, dice Ruperto, en lo que es el señor por naturaleza, haciéndonos por tanto santos y agradables a los ojos de Dios. ¡Qué maravillosos los EFECTOS del alimento Eucarístico y cuánto más grande este misterio que el milagro de la multiplicación de los panes! ¿No será quizá la prueba más decisiva que Jesús nos ha dado de su infinita caridad?

¡Oh divino Maestro!, concédeme que por ti ame a mi prójimo como tú me amaste, es decir, con fuerza y ternura, con constancia, con abnegación, multiplicándome en cierto modo para acudir en su ayuda, como tú, por mi salvación, has querido multiplicar tus tabernáculos. Haz que comprenda cuánto más admirable es en si y en sus efectos el milagro de la Eucaristía, que el milagro de la multiplicación de los panes. Concédeme la gracia de apreciar como la más estupenda de todas las maravillas este divino don de la Eucaristía y que en ella encuentre siempre, al comulgar, el valor de consagrarme, a tu ejemplo, al servicio de Dios y de mi prójimo.

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