DOMINGO DE PASIÓN

 MOTIVOS DE MEDITAR LA PASIÓN DEL SEÑOR

Desde el origen del mundo, Dios parece invitar al género humano a no olvidarse del Redentor, prometido a nuestros primeros padres como reparador de la ruina causada por el pecado. De tiempo en tiempo hacía se le recordase por medio de sacrificios, de símbolos o figuras, o por medio de profecías. Isaías anunció con tal claridad los tormentos de la Pasión, que pudo decirse que era, no Profeta, sino evangelista. Luego, si aun antes de la Encarnación los sufrimientos del futuro Mesías fueron objeto de la atención de los judíos, cuánto más debiéramos nosotros los cristianos, después de la Redención, ocuparnos de los dolores del Señor, por que fuimos regenerados. 

TODOS LOS AÑOS la Iglesia consagra este santo tiempo de Cuaresma, sobre todo los últimos quince días a meditar la Pasión de nuestro divino Redentor, trayéndonos a la imaginación las escenas más conmovedoras de la misma. Con qué acentos tan penetrantes nos habla en sus oficios, desde Septuagésima hasta Pascua, tanto de la oración del Señor en el Huerto de los Olivos, como de la coronación de espinas, de sus llagas adorables, de su sangre infinitamente preciosa, sin olvidar tampoco la sepultura de Jesús, su Esposo divino. Además, la Iglesia nos recuerda de un modo especial estas escenas los viernes y sábados de cada semana, y hace que cada día se renueve la Pasión de Cristo en el santo Sacrificio del altar, donde la Víctima divina del Calvario se inmola místicamente por nuestras almas.

Las cruces que vemos en nuestros templos, o sobre las tumbas de los cementerios, o en lo alto de las torres, y a veces también al borde de los caminos, parecen decirnos: "Recordad a vuestro Salvador." Nosotros nos santiguamos con frecuencia, haciendo sobre le pecho la señal de la Redención... ¿Lo hacemos siempre respetuosamente, atentamente y con provecho espiritual? A veces en nuestras casas y fuera de ellas los ojos se encuentran con la imagen bendita del crucifijo; pero ¿nos decimos entonces: " ¡He aquí hasta dónde me ha amado el Señor!"?

¡Oh Jesús, que has querido sufrir y morir por mí! ¡Cómo podría yo jamás olvidarte! Tú me has preservado del infierno y me animas con la esperanza del cielo; eres mi refugio seguro; me defiendes contra los ataques de mis enemigos. Tus heridas son bálsamo de mis llagas, tu sangre divina es bebida que me restaura y conforta. Concédeme la gracia de recorrer con frecuencia las estaciones del Via-crucis y detenerme en los misterios dolorosos del Rosario, para que al recordar tu Pasión, se llene mi alma de arrepentimiento por mis pecados, de confianza en tus méritos y de resignación para llevar con paciencia las penas de la vida.

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