JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 EL TESORO DE LA CRUZ

Desde que fue divinizado el sufrimiento, al sufrir el mismo Dios, cada una de nuestras penas tiene un precio inestimable. ¿Qué es, a los ojos de la fe, tal pena, tal contrariedad que tanto nos molesta, que quisiéramos tuviera pronto fin? Pues es nada menos que la participación en la Pasión del Salvador, una espina de su corona, una astillita de su cruz. Esas tristezas y repugnancias que nos angustian tuvieron también cabida en su divino Corazón, al prever y sufrir los dolores del cuerpo místico de la Iglesia, de la que es cabeza y nosotros miembros. ¿Cómo seremos capaces de rehuir la cruz, rechazando un tesoro preciosísimo, que nos viene del mismo Corazón del Redentor?

Además, ¡qué de BIENES inapreciables se encierran en cada uno de nuestros sufrimientos! Un insulto, un reproche, un ultraje de que nos quejamos, son, en los designios de Dios, medios eficaces de expiar los pecados, destruir el amor propio y sus vicios, abreviar el purgatorio y alcanzar los méritos de la humildad, la abnegación, la paciencia y la conformidad y unión con la divina voluntad.

¡Y cuán magnífica es la RECOMPENSA que Dios tiene preparada a las almas resignadas! Santo Domingo, visitando un día a una pobre que padecía hediondo cáncer, y cuyas llagas hormigueaban de gusanos, cogió uno en sus manos y lo vio convertirse en perla preciosa. Fue clarísima revelación del mérito de los sufrimientos soportados con paciencia que, transformados en perlas y ricos diamantes, servirán para hermosear nuestra corona inmortal. "Porque las aflicciones tan breves y tan ligeras de esta vida presente, dice el apóstol San Pablo, nos valdrán el eterno peso de una sublime e incomparable gloria (2Cor. 4, 17)." Y así un breve penar será pagado con un gozar eterno en el cielo.

Luego siempre que suframos, sea con resignación y digámonos: "El dolor es NECESARIO, yo estoy sujeto a el por causa del pecado original. -Es OBLIGATORIO, Dios me lo impone. -Es DEBER aceptarlo, ya que el Redentor sufrió tanto por nosotros. -Además ¿no es DIOS, bondad sin límites y sabiduría infinita, quien me envía las cruces, apropiándolas a mis necesidades, considerando mis fuerzas, ayudándomelas a llevar y haciéndolas más ligeras en cuanto a ellas me resigno? ¡Oh carga preciosa de la cruz!, de hoy más quiero con valor abrazarme a ti en unión con Jesús y María."

Dios mío, hazme hablar así cuando me vea atormentado por las penas, y mientras dure en mí la lucha entre la naturaleza y la gracia, entre el amor de mí mismo y el amor a la cruz.

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