JUEVES SANTO

 LA ÚLTIMA CENA

Después de haber dado Jesús a los suyos ejemplo tan grande de humildad, lavando los pies a sus discípulos, se sentó de nuevo a la mesa y, tomando pan entre sus manos, lo partió en pedazos y lo dio a los discípulos, diciendo: "Tomad y comed, éste es mi cuerpo que se da por vosotros. Del mismo modo, tomó enseguida el cáliz, dio gracias y se lo entregó, diciendo: Esta es mi sangre, que será derramada por vosotros (1 Co. 11, 24. - Mt. 26, 28)." Estas palabras: "LO PARTIÓ en pedazos, se DA por vosotros, será DERRAMADA por vosotros" nos traen a la imaginación los sufrimientos del Hombre-Dios; por eso, según enseñanza de la Iglesia, la Eucaristía es un recuerdo de la Pasión que se perpetúa entre nosotros. 

Pero no es solamente recuerdo, es además, y sobre todo, REALIDAD constante e INCRUENTA. Como sacrificio, la Eucaristía renueva la inmolación del Calvario, como sacramento nos aplica los frutos de esta inmolación. El Salvador se inmola sobre el altar con la espada de las misteriosas palabras de la consagración. su cuerpo se rompe durante la santa Misa, bajo las especies de pan, y su sangre divina se derrama en el sacrificio del altar, bajo las especies del vino. De este modo se verifica la doctrina del Concilio de Trento, en el que se dijo: "En el divino Sacrificio es ofrecida una sola y misma Víctima, la Víctima de la Cruz, Nuestro Señor Jesucristo, quien por ministerio de los sacerdotes se ofrece a Dios en nuestras iglesias como se ofreció sobre el Calvario, aunque de MODO DIFERENTE." De esto se desprende que una sola Misa pudiera redimir al mundo, lo mismo que lo redimió la Pasión y muerte del Redentor.

En los antiguos sacrificio, símbolo del nuestro, se inmolaba primero la víctima y luego, al COMER sus carnes, se hacía uno comensal de Dios. Del mismo modo por la comunión participamos de la divina Víctima de los altares, la misma en substancia que la del Calvario. Jesús senos da en forma de alimento; y para que una víctima sirva de alimento deberá primero ser inmolada. he aquí por qué el Salvador para venir a nosotros, ha de ser primero sacrificado en el altar; si, en cuanto se consumen las sagradas especies, deja su cuerpo divino de alimentar nuestras almas, a con todo, su ESPÍRITU queda con nosotros y a nosotros nos corresponde sujetarnos a ese espíritu divino para recibir de él la vida, los buenos impulsos y la fecundidad. No olvidemos que trae consigo el fruto de sus sufrimientos; así que, en lugar de buscar en la Comunión dulzuras y consuelos, propongámonos encontrar en ella: 1º luz que nos ilumine y haga ver los defectos que corregir; 2º valor para luchar con denuedo contra nosotros mismos, humillando nuestro orgullo y encadenando nuestra voluntad al beneplácito de Dios.

¡Oh Jesús sacramentado! ¡Víctima del Calvario y de nuestros altares! Haz que siempre tenga presente, al comulgar o cuando asisto al santo Sacrificio de la Misa, que debo de considerarte como a mi Dios crucificado y resucitado, y que en consecuencia habré de CRUCIFICARME contigo muriendo a la vida sensual, natural e imperfecta, para resucitar, como tú resucitaste, por una vida de fe, sacrificio y oración, que me una estrecha y eternamente a ti.

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