LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

 JESÚS, MODELO DE PERFECTA CARIDAD

Cuando el divino Redentor bajó a la tierra, el fuego de la caridad estaba casi apagado, pero lo hizo revivir de un modo maravilloso por sus ejemplos y doctrina. No solamente el amor le impulsó a descender del cielo para cumplir una misión de clemencia y de perdón, sino también el amor le llevó a predicar durante su vida la bondad y BENEVOLENCIA que debemos a nuestros semejantes, demostrándonos con su conducta la eficacia de su doctrina. -¡Con cuánta ternura amó a sus discípulos! Los trataba como a hermanos, perdonándoles agravios, instruyéndolos con paciencia, soportando ignorancias y defectos, llegando en su infinita bondad, según cuenta el Papa San Clemente, a visitar por la noche a sus apóstoles mientras dormían, para cubrirlos con sus manos cuidadosamente, y protegerlos contra el aire y el frío.

¡Con qué tierna compasión se conmovía ante las miserias ajenas! Lloro sobre Jerusalén, lloró por la muerte de Lázaro, lloró por todos nosotros. ¿Quién no conoce su divina misericordia con María Magdalena?, ¿con la mujer adúltera?, ¿con el buen ladrón y tantos otros pecadores arrepentidos? Hubiera llegado en su bondad a compadecerse del mismo Judas, si aquel desdichado no hubiera desesperado de la misericordia de Dios.

Las muchedumbres seguían a Jesús por los desiertos, atraídas del encanto de su palabra y la DULZURA de su trato. Y el Señor, durante la Pasión, cuando era precisamente objeto de la ira de los hombres, en lugar de vengarse de los malos tratos, demostraba hacia ellos una dulzura sin igual. A Malco le curó la oreja, permaneció silencioso ante los Judíos, a quienes pudo fácilmente confundir, "no maldijo a quienes le maltrataban, dice San Pedro, cuando le atormentaban no prorrumpía en amenazas, antes se ponía en manos del que le sentenciaba injustamente (1 Pedro 23, 34)." 

Estos ejemplos de la caridad divina hacia sus ingratas criaturas deberían animarnos a practicarla con nuestros prójimos. ¿Cómo, si vemos a Dios Todopoderoso reconciliarse con nosotros y perdonar a sus mismos enemigos, tomando sobre sí los castigos que hemos merecido, cómo podremos irritarnos con el prójimo, negarnos a perdonarle las ofensas contra nosotros cometidas? ¿Cómo seremos capaces de no compadecer a los desgraciados, de nos consentir la menor molestia de nuestros semejantes, de no tolerar siquiera los defectos de nuestros hermanos?

¡Oh Dios mío!, por el amor infinito que Jesús tiene a nuestras almas, haz que sea siempre dulce y servicial para con todos, incluso para aquellos que son mis adversarios. -Infúndeme valor para imitar a mi divino Salvador en su GENEROSIDAD sin límites, que le indujo a OLVIDAR las injurias y a COLMAR DE BIENES a los que le ultrajan, blasfeman, y persiguen hasta en el sacramento de su amor, donde por todos se inmola.








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