LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 EL PENSAMIENTO DEL INFIERNO

¿Quién se atrevería a PECAR si considerase con fe viva los terribles castigos reservados por Dios para la eternidad? Un pequeño dolor, si se prolonga mucho, acaba por parecernos insoportable; ¿Qué nos parecería entonces si, sin el menor alivio, tuviésemos que sufrir por siempre suplicios incomprensibles? Compadecemos a los que, habiendo perdido en unos días su fortuna, se encuentran reducidos a la mendicidad, y, sin embargo cuánto más de compadecer son aquellos que padecen en el infierno para siempre de irremediable indigencia. No podríamos meditar seria y frecuentemente estas verdades sin sentirnos sobrecogidos de temor, penetrados de horror hacia el pecado, llenos de compunción y espíritu de penitencia, o sea, llenos de todas las disposiciones necesarias para encaminarnos hacia la verdadera santidad.

El pensamiento del infierno nos despega del MUNDO, mar tempestuoso donde naufragan muchas almas. Cuántas de ellas se condenan al pasar del tiempo a la eternidad; cuántas, que diariamente abandonan este mundo, se pierden irremisiblemente para siempre. La mayoría arrastradas a la perdición por los atractivos del siglo, de la impiedad, de la inmoralidad. Son innumerables los corazones que el amor de los bienes perecederos conduce de manera segura y fatal a la ruina sempiterna. ¿Cómo un alma , después de haber reflexionado seriamente, podrá aún apegarse al mundo con sus vanidades, máximas, placeres, gloria y demás redes y lazos que el demonio le tiende para atraerla al abismo del infierno?

El recuerdo de los castigos eternos nos alcanzará victoria sobre nuestras PASIONES: sobre el orgullo, mostrándonos a Dios, que enemigo de soberbios, los cubre de vergüenza e ignominia entre los esclavos de Satanás; sobre la avaricia, al recordarnos el episodio del rico Epulón, que a gritos pedía, sin ser atendido, una sola gota de agua para calmar su sed devoradora; sobre la impureza, al traernos a la memoria el pensamiento del fuego devorador que eternamente abrasará a los réprobos en toda clase de torturas, las que, sin hacerles morir, serán mil veces peores que la muerte.

Dios mío, ¿Cómo es posible que cometamos un pecado mortal si, al cometerlo, nos exponemos a caer en las hogueras del infierno, encendidas por tu cólera divina, y de cuyo terrible fuego apenas si nos formamos idea al compararlo con el fuego de la tierra? Señor, lléname de tu santo temor, recordando que, lo mismo que eres de infinitamente bueno y generoso en tu caridad sin límites, eres de terrible en los castigos de tu infinita justicia, que multiplicas los tormentos de los condenados en relación con la multitud y la malicia de sus culpas, y que ninguno de sus pecados escapa a tu justo castigo. Te suplico me concedas las siguientes gracias: 1º corregirme de mis culpas, hasta de las más leves; 2ª expiar por el arrepentimiento y la mortificación las que hubiera tenido la desgracia de cometer. Para lograr este fin te suplico me recuerdes con frecuencia la existencia del infierno que aguarda al pecador impenitente.

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