MARTES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

 LA CARIDAD, MANDAMIENTO DE JESÚS

¡Qué importancia concede nuestro amable Salvador a la virtud de la caridad! De ella hace precepto nuevo y le llama su mandato predilecto. Hace que ella sea carácter principal de sus discípulos y obliga a éstos, por la institución de la divina Eucaristía, a sentarse en una misma mesa, sin distinción de clases: de sabios o ignorantes, ricos o pobres. A tal mesa convida a todos con un mismo manjar, el manjar de su cuerpo y de su sangre, e infunde también a todos unos mismos sentimientos y un mismo espíritu, para que todos posean un solo corazón y una sola alma. ¡Maravillosa invención que nos descubre el precio inestimable de la caridad fraterna!

Jesús la coloca casi al nivel del AMOR DE DIOS, al decir que es precepto semejante al primero, ya que con él comprende toda la ley y los profetas. El Señor, para hacernos comprender la importancia de la caridad, parece preferirla a su propia gloria al mandarnos que, antes de presentarle nuestra ofrenda ante el altar, nos reconciliemos con el prójimo. Y llega hasta decir, para más obligarnos, que cuanto hiciéremos a nuestros semejantes será como si lo hubiéramos hecho a su propia sagrada PERSONA.

¡Cuán dignas de meditarse son estas palabras, y cómo condenan a cuantos tratan al prójimo sin miramientos, respeto ni compasión! Por el contrario, estas mismas palabras sirven de estímulo y alegría a las almas verdaderamente caritativas. San Luis, rey de Francia, acostumbraba dar de comer por su mano, todos los sábados, a doscientos pobres, a los que también él mismo lavaba los pies. Como le dijeran que esta conducta rebajaba la majestad de la realeza, contestó: Yo venero en el pobre la persona del Salvador, pues el Señor dijo: "En verdad os digo, que lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos, a mí lo hicisteis." Recordemos nosotros también estas palabras, al ejercitar la virtud de la caridad.

Jesús, Rey inmortal, sean mis delicias HONRARTE en la persona del prójimo, y abnegarme por él, lo mismo que por ti me abnegaría. No permitas nunca que le ofenda, trate con dureza, le hable con acritud, le critique, o por mi proceder le cause pena. Por el contrario, inspírame hacia él sentimientos de bondad, dulzura y condescendencia, viendo siempre en él tu VIVA IMAGEN. Señor, ¡aunque estuviera cubierto de harapos y lleno de defectos!...

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