MARTES DE PASIÓN

LA CONTRICIÓN

¡Oh Creador mío! He tenido la osadía de decirme interiormente: "¿He pecado y qué mal me ha sucedido?" Desgraciado de mí, que olvidaba que, al pecar, perdía tu amistad, Dios mío; que la pérdida de tu amistad es la del más precioso tesoro; y que me hacía además tu enemigo, desgracia incomparablemente mayor que tener contra sí a la humanidad entera. Qué desdicha tan grande es el pecado, que hace ser al alma, tan hermosa después del Bautismo, semejante a los espíritus inmundos, ¡ella..., que antes fue criatura de Dios y templo del Espíritu Santo, se convierte en esclava de Satanás y en guarida del demonio! El alma en pecado, despojada de todas las virtudes y dones sobrenaturales, queda reducida a la mayor pobreza: sin méritos ni facultad para merecer; nada le queda ya, aparte de los medios que siempre tendrá para convertirse.

¡Qué triste indigencia la suya! Ahí la tienes, Señor, a esa alma, creada a tu imagen y semejanza, redimida por tu preciosa sangre, enriquecida por tus dones, afeada ahora enteramente por la culpa y reducida a extrema miseria, puesto que perdió su belleza y su lozanía: al quedar muerta a tus divinas miradas, quedó como un cadáver putrefacto. La paz y la felicidad de que gozaba la abandonaron por completo; ahora la inquietud la agita, la pena la carcome, los remordimientos la atormentan día y noche. De no arrepentirse y variar de conducta, solo podrá esperar una eternidad de fuego en el infierno.

Quisiera LLORAR con verdadera amargura la terrible desgracia voluntaria de tan lamentable estado, Dios mío, al ofenderte he cometido un mal capaz de transformar a los ángeles en demonios, a los santos en réprobos. y los motivos que he tenido para ofenderte han sido, no precisamente buscar grandes dignidades o fortuna o un reino, sino tan solo honores que se desvanecen como el humo, indignos placeres, viles intereses. Y estas cosas tan mezquinas son las que me han hecho perder las más preciosas prerrogativas, los bienes más sólidos, el porvenir más halagüeño, condenándome a mí mismo a la más vergonzosa de las esclavitudes, a la ruina sin medio de los suplicios eternos.

Jesús infúndeme verdadero horror por mi conducta insensata y dame fuerzas para repararla, vigilando atentamente mis acciones, pensamientos y deseos y orando constantemente con sincera devoción.

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