MIÉRCOLES DE PASIÓN

 EFECTOS DE LA REDENCIÓN

El divino Salvador, además de habernos cerrado el infierno y abierto el cielo, quiso hacernos gozar seguramente de los bienes de nuestra Redención. Para ello fundó la Iglesia, simbolizada por el agua y la sangre que brotó del costado herido del señor. Engendrada en la muerte vivificadora de su divino esposo y fundador, Jesús, habrá de subsistir hasta el fin de los siglos. Ella hará participar a todas las generaciones de las abundantísimas gracias de la REDENCIÓN. La infalibilidad del Papa en materia de fe y costumbres, la verdad de su doctrina predicada por toda la tierra, la eficacia de sus sacramentos que, a semejanza de canales misteriosos, derraman en las almas dóciles hasta las extremidades del mundo, luz, vida y esperanza, son medios preciosísimos para facilitar la salvación a los hombres de buena voluntad. Y más, si a ello se añade la lectura de libros piadosos, la meditación de las verdades reveladas y especialmente la oración, enriquecida con los méritos y promesas de Nuestro Señor, que quiso hacerla todopoderosa.

¿Quién no se admirará de ver CÓMO LA IGLESIA, en virtud de la sangre de su divino esposo Jesús, engendra por el Bautismo a sus hijos, haciéndoles nacer a la vida de la gracia; los afirma en la fe con el sacramento de la  Confirmación; cura sus males espirituales en el santo tribunal de la Penitencia; los alimenta y fortifica con la divina Eucaristía? Y con cuánta solicitud se esmera esta santa Madre por conservar intacta en las almas la sana doctrina, en preservar a sus hijos de peligros, sosteniéndolos con firmeza en el camino de la vida y confortándolos en la hora postrera para introducirlos en el reino eterno de Dios. En todo lugar y a todos ofrece las gracias divinas; coloca al pecador de nuevo en el buen camino; no existe para ella nadie tan culpable ni tan desesperado que no lo acoja cariñosamente, llena de maternal bondad, siempre que a ella acuda con un corazón arrepentido.

¡Cuántas veces hemos sido objeto de sus desvelos! Al repartir sus bienes con nosotros, la Iglesia nos hace participar de su adorable sacrificio, nos absuelve en su sagrado Tribunal y nos restaura en el Banquete Eucarístico, donde nos da al cordero sin mancilla, por nosotros inmolado sobre la cruz. ¡Oh Jesús mío y dulcísimo Redentor! Si mi alma se perdiera a pesar de tus méritos infinitos, no sería nunca por tu culpa ni por la de tu esposa, la santa Iglesia. Te suplico me preserves en mis devociones de rutina o negligencia. Así serán siempre eficaces y comunicarán a mi alma savia que vivifique y estimule el celo de mi salvación: Bajo el amparo de María Santísima tomo las siguientes RESOLUCIONES: 1ª despertar en mi alma el FERVOR, considerando mi espiritual indigencia y el tesoro infinito adquirido con tu Pasión; 2ª sacar provecho de la recepción de los SACRAMENTOS, para lo cual habré de prepararme con gran recogimiento, oración frecuente y fervientes actos interiores de fe, confianza y amor.

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