MIÉRCOLES SANTO

 EL VIACRUCIS (2)

La vida presente, lo mismo que el Vía-Crucis es un largo camino de DOLORES, que habremos de recorrer entre un Pretorio y un Calvario. El Pretorio puede estar figurado por la habitación en que nacimos, y el Calvario, por la habitación en que habremos de morir. En la primera estancia fuimos condenados a muerte, ratificándose la sentencia pronunciada en el paraíso terrenal, y en la segunda estancia se cumplirá esa sentencia al expirar en el lecho del dolor, como Jesús expiró sobre el patíbulo del Gólgota.

Las doce estaciones INTERMEDIAS del camino de la Cruz las representan las épocas o días de sufrimientos con que Dios ha jalonado nuestra ruta en la tierra, y nos  recuerdan que nuestra vida es un viaje más o menos largo, con pruebas mayores o menores, hacia un Calvario o lecho de muerte, de donde seremos conducidos al sepulcro. ¿Y qué nos enseñan estas estaciones, sino que debemos vivir santamente para morir como los predestinados?

Al emprender el camino de la vida, tenemos, al igual que nuestro Salvador, que cargar con nuestra cruz VALIENTEMENTE, y al paso de los años avanzar en tan penoso camino sin desfallecer jamás, aunque las penas y amarguras nos hagan caer bajo su peso abrumador. Recordemos que para AYUDARNOS ACUDIRÁ María Santísima, la dulcísima Madre de Jesús, que, como acudió al encuentro de su divino Hijo, así acude al encuentro de todos los que sufren. También encontraremos en nuestros prójimos algunos buenos Cirineos, que nos consolarán, nos sostendrán y nos animarán con caridad. Por último, tendremos la constante ayuda de Dios, que, coronado de espinas, nos recuerda el lienzo blanco de la Verónica, en que fue impresa la imagen de Jesús y nos invita a unir nuestros dolores a los de nuestro divino Rey colmado de oprobios.

Según nos vayamos ACERCANDO  a la hora de la muerte, lo mismo que Jesús se acercaba al Calvario, deberemos humillarnos más, -arrepentirnos- y desprendernos de lo terreno. El Señor, al caer, el rostro contra la tierra, nos exhorta a llorar más aún por nuestras culpas que por él, y nos hace ver de qué manera se deja despojar de todo como el más pobre de los mortales.

Y cuando lleguemos al término de nuestro camino y veamos la muerte cerca, clavados en un lecho de dolores, ¡cómo desearemos estar penetrados de las disposiciones y sentimientos que animaban al Señor sobre la Cruz! El divino Redentor, en medio de sus sufrimientos rezaba, perdonaba, suspiraba por alcanzar el cielo para sí y para nosotros, y por último se abandonaba sin reservas a la voluntad de su Padre y moría en tan admirables disposiciones. De este modo debemos desear morir nosotros también, para que, rendido el último suspiro y llevados de nuestro lecho mortuorio, seamos acogidos por nuestra santa Madre Iglesia, como Jesús al ser desenclavado lo fue en los brazos de su Madre santísima. Luego, sepultados en una tumba lo mismo que el Hombre-Dios, esperaremos nuestra gloriosa resurrección.

Jesús y María, tomo la firme resolución de hacer lo menos una vez a la semana el ejercicio del Viacrucis, para que, al recorrer con vosotros tan doloroso camino, os dignéis darme la gracia necesaria para llevar valientemente mi cruz de todos los días; para levantarme con nuevos ánimos si caigo, y para perseverar fielmente hasta la muerte en el cumplimiento de mis deberes.

Comentarios

  1. Una Reflexion con una Profundidasuper Preciosa Muchas Gracias

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