SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

 EL MARTIRIO DE MARÍA

"Un hombre y una mujer, Adán y Eva, dice San Bernardo, fueron causa de nuestra perdición; por eso convenía que un segundo Adán y una segunda Eva, Jesús y María, trabajasen juntos para salvarnos." Y, efectivamente, juntos lograron para nosotros la vida de la gracia, que es vida infinitamente más preciosa que la vida corporal. De esto se desprende que, si no podemos menos de sentirnos los sufrimientos de nuestros progenitores, con doble motivo deberíamos de dolernos de las angustias que el Señor y su dulcísima Madre padecieron por nosotros.

Según Santo Tomás de Aquino, "Jesús padeció en su alma más que cuanto pudieron jamás padecer todos los penitentes". Fue pues necesario que María sufriera también. Así como Eva se colocó al pie del árbol de la ciencia del bien y del mal, María también se encontraba el pie del árbol de la cruz. Y del mismo modo que Eva vio la caída de Adán, tomando parte en ella, María contempló el suplicio del Salvador y tomó parte activa en la obra de nuestra redención. Esta participación solo podríamos entenderla si pudiésemos medir el insondable abismo de las angustias y dolores del Hombre-Dios, cosas absolutamente imposibles para inteligencia creada. San Anselmo asegura que las penas interiores de María estuvieron en proporción con su TERNURA incomprensible hacia Jesús, su Hijo y su Dios: cuanto más le amaba, más sufría por sus tormentos, oprobios y muerte.

Quedaron por debajo de la verdad, dice San Ildefonso, al comparar los sufrimientos de María a los de todos los mártires reunidos. Y este mismo santo añade que, lo mismo que el amor de la Virgen hacia Jesús sobrepasó al amor de TODOS LOS HOMBRES, también su dolor sobrepasó a todos los dolores padecidos por el género humano. Si consideramos cuánto las generaciones humanas han sufrido durante el curso de más de seis mil años, tendremos una idea de los sufrimientos de María, mediadora de nuestra salvación, y un poderosísimo argumento para compadecernos de sus dolores...

¡Oh ternísima Madre! ¿Cómo podría yo en adelante pensar en lo que Jesús padeció, hacer el Via-Crucis, mirar al crucifijo, meditar la Pasión SIN RECORDAR al mismo tiempo tus inefables angustias, que tanto contribuyeron a preservarme del infierno y a abrirme las puertas del cielo? Olvidar semejantes sufrimientos y beneficios denotaría en mí la más negra INGRATITUD. Triunfa, pues, oh María, de la dureza de mi corazón, inmerecida por tan amantísima Madre. Lléname de agradecimiento hacia Jesús y hacia ti; haz que sepa invocarte con confianza, que asista a MISA con devoción, que me prepare cuidadosamente a recibir el sacramento de la PENITENCIA, y que de modo particular os tenga presentes en mi mente, cuando la ADVERSIDAD, la tentación, el tedio, la tristeza y el cansancio se apoderen de mi alma. Recitaré TODOS LOS DÍAS, por lo menos, siete Avemarías en honor de tus dolores de Madre. Tantos favores les debo, siendo el más especial la vida de la gracia, con la esperanza de la eterna bienaventuranza.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)