SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

 LAS LLAGAS DE JESÚS

Apenas el Señor fue levantado en cruz, cuando ya la vista de sus divinas heridas conmovió LOS CORAZONES bien dispuestos. Ya lo anunció el profeta Zacarías al decir "Pondrán sus ojos en mí a quien traspasaron, y plañirán al que han herido como suele plañirse un hijo único, y harán duelo por él como suele hacerse en la muerte de un primogénito (Zacarías 12, 10)." ¡Cuántas lágrimas derramaron las santas mujeres y los amigos del Salvador al presenciar su última agonía! Y ¿Quién podrá explicarnos los inmensos dolores de la Virgen Madre, al contemplar las llagas de su amadísimo Hijo? Los mismos soldados y el centurión se golpearon el pecho, por efecto de las gracias sin número que parecían fluir del cuerpo ensangrentado de Jesús.

"Yo soy la puerta, dijo el divino Maestro, y el que por mí entrare se salvará y entrará y saldrá sin tropiezos y hallará PASTOS." (Jn. 10,9), Toda alma que penetre en las llagas del Redentor, habrá de encontrar en ellas cuanto necesite. Si es pecadora, cargada de culpas e imperfecciones, esas heridas le infundirán sentimientos de contrición capaces de purificarla de sus manchas. Si es débil, fatigada de pruebas y tribulaciones, en ninguna parte se consolará, fortificará, hallará medios para lograr victoria, paz y salvación, como en el divino refugio de las llagas del Señor. "Cuando un mal pensamiento, dice San Agustín llama a las puertas de mi corazón, me pongo al amparo de las llagas sagradas de Jesús; si tengo que sufrir los embates de la carne, traigo a mi imaginación las heridas de mi Dios; cuando el demonio me tiende sus redes, huyo de él para refugiarme en el mismo corazón de mi Redentor, alejándose de mí entonces el enemigo." "En parte alguna, añade, he podido encontrar mejor remedio para mis males"

Después de tales testimonios, confesemos que, si seguimos siendo miserables, la culpa es solo nuestra, porque desdeñamos los TESOROS que se encierran en Jesús. Parece imposible que estando sus sagradas llagas como minas preciosas siempre abiertas para nosotros, vayamos tan poco a ellas para enriquecernos. Jesús nos las brinda com fuentes de gracia, y sin embargo permanecemos áridos, siempre sedientos de pasajeras satisfacciones cuando en él enconaríamos manantiales inagotables de aguas que brotan hasta la vida eterna.

Jesús, Dios mío, no quiero jamás cansarme de permanecer dentro de tus sagradas llagas, en las que encontraré remedio para todos los males. concédeme la gracia de gustar con San Bernardo de la miel suavísima de tu amor, que, desprendiéndome de la tierra, dulcifica mis amarguras y me une a ti estrechamente. Haz que en tus divinas heridas encuentre la unción de la más tierna y sabrosa piedad, que surta saludables efectos en mi corazón, en mis palabras y en mis acciones.

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