SÁBADO DE PASIÓN

LAS PENAS INTERIORES DEL SEÑOR

El Salvador, Cabeza del cuerpo místico de la Iglesia del que somos miembros, llevó en su Corazón todas nuestras penas, tribulaciones y amarguras; por eso es justo que nosotros tomemos parte en sus sufrimientos, tan intensos que ninguna inteligencia creada sería capaz de comprender. Nuestra COMPASIÓN, por tanto nunca podría ser excesiva, aun cuando nos arrancase lágrimas de sangre. ¡Cuántos santos lloraron al meditar la Pasión del Señor! Si nosotros amáramos a Jesús, participaríamos de sus dolores, por lo menos a la manera que un hijo cariñoso participa de las penas de su amado padre.

Aún más, deberíamos DULCIFICAR los sufrimientos de nuestro divino Redentor, mitigándolos y amortiguando o evitando sus causas. Los pecados de los hombres, es decir, los nuestros, los de nuestros prójimos, son precisamente la causa de esos padecimientos. NUESTROS PECADOS, podemos siempre borrarlos por la contrición, la confesión, el propósito de la enmienda, la huida de las ocasiones de pecar, la vigilancia de nosotros mismos y la oración habitual. Los pecados DEL PRÓJIMOS podremos hacer que sean menos amargos al Corazón de Jesús, deplorándolos con él y procurando repararlos. Si conociéramos todos los ultrajes que Nuestro Señor recibe diariamente de los impíos, con cuánto afán procuraríamos consolarle. Ellos no solamente abusan de las gracias, sino que persiguen al Redentor hasta en las mismas Iglesias donde por ellos se inmola, arrebatándolo de los Sagrarios para profanarlo, llegando a veces en su sacrílega audacia a ofrecer como homenaje a Satanás las hostias consagradas. Los cielos y la tierra no bastarían para reparar semejantes crímenes.

Que todos los corazones piadosos se unan a los ángeles para desagraviar estos atentados criminales, que vienen a renovar el deicidio de los Judíos. Con este fin reparador propongámonos: 1º repasar durante la oración las crueles angustias de Jesús en su Pasión; 2º visitar con frecuencia a Jesús sacramentado para desagraviar con actos de amor a su Corazón entristecido; 3º consagrar a Jesús todos nuestros pensamientos, afectos y deseos. ¡Oh Virgen, Madre de dolores! Enséñame a consolar al Corazón de Jesús, haciendo que me arrepienta de mis culpas, rezando fervorosamente y llevando la más santa vida posible, sobre todo en estos días que de manera especial nos recuerdan los sufrimientos del divino redentor.


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