25 DE ABRIL

 TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

La Iglesia nada en la alegría, porque Jesús ha resucitado y nos ha devuelto la libertad; lanza gritos de júbilo y canta las alabanzas del Señor.

Todavía un poquito y no me veréis, había dicho Jesús en el Cenáculo, y lloraréis y gemiréis; un poquito después me volveréis a ver y se gozará vuestro corazón.

Los Apóstoles, al volver a ver a Cristo sintieron este gozo de que rebosa todavía la liturgia pascual; y como Pascua es figura de la Pascua eterna, este mismo gozo es también el que sentirá la Iglesia cuando, después de haber parido en el dolor las almas a Dios, torne a ver a Jesús, su Esposo, triunfante en el cielo. "Él mudará entonces nuestra aflicción en júbilo, júbilo que nadie nos podrá arrebatar", porque la Iglesia somos todos y cada uno de nosotros.

Por eso, el Príncipe de los Apóstoles y cabeza visible de ese gigantesco organismo declara en la Epístola que no somos en este mundo sino forasteros y peregrinos, nos da normas que es preciso observar, si "los que hacemos profesión de cristianismo queremos desechar todo lo que deshonra a ese nombre y obrar conforme a los que él significa", siendo por lo mismo como otros Cristos, e imitando en lo posible las costumbres divinas.

Comamos la Pascua del Señor, a fin de que ese alimento de nuestras almas proteja también a nuestros cuerpos, y que apagando en nosotros el ardor de los deseos rastreros, nos haga amar los bienes celestiales. Día vendrá, y no muy lejano, en que se acabarán nuestras tristezas. Entonces se nos pagará con creces lo poquito que por Dios hubiéremos hecho y padecido en la vida.

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