DOMINGO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

 EL SEPULCRO DE JESÚS

Después de decir San Pablo: "Vosotros estáis muertos", añade: "y vuestra vida está ESCONDIDA EN DIOS, con Jesucristo". El divino Salvador en el sepulcro estaba muerto a la vida natural, pero la divinidad del Verbo no había abandonado su cuerpo, y substancialmente había quedado unida a él, de manera que, aunque Jesús estaba muerto a los ojos de los hombres, seguía viviendo su vida divina. Pero esta vida era una vida escondida a todas las miradas, únicamente la conocía Dios. -Y esto es precisamente lo que nosotros debemos buscar: la vida escondida en Dios.

Los mundanos, cuando nos ven alejados de sus grandezas, libertad y placeres, nos compadecen porque nos creen desgraciados. Pero es que ignoran que existe otra vida, que no alcanzan a entender los sentidos: vida sobrenatural, ESPIRITUAL, celestial, angélica y divina. Vida llena de gloria, de riqueza y de delicias, que no podría compararse en ningún aspecto a la vida natural. El mundo, que solo ve las apariencias, se espanta al considerar la soledad en que viven los imitadores de Cristo, de su recogimiento, de su espíritu de mortificación, y está muy lejos de sospechar las secretas alegrías de sus corazones, de sus conciencias y la paz suave y continua que disfrutan y sobrepasa a cuanto se pueda desear. Los mundanos, acostumbrados a gozar de una libertad más o menos licenciosa, miran la obediencia como esclavitud y la abnegación como servidumbre; pero las almas que aman a Dios encuentran precisamente en la obediencia y en la abnegación su bienestar, y no cambiarían su vida de inmolación por la vida independiente que llevan los felices de la tierra.

Luego, los que viven en Dios y por Dios en Jesucristo, que se alegren y regocijen, porque ellos escogieron LA MEJOR PARTE. Que sigan escondiéndose de los hombres; que sigan practicando la piedad, el desprendimiento y todas las virtudes, sin  preocuparse para nada del mundo que los desprecia; porque día llegará, dice el Apóstol, en que su vida santa y desconocida será manifestada a la faz del universo, cuando Jesús se aparezca en toda su gloria. Entonces los que vivieron como él y con él en la abyección y las persecuciones, sin otro fin que el de dar gusto a Dios, serán exaltados ante los ángeles y coronados de gloria con los escogidos.

¡Oh Dios mío! Haz que la esperanza de semejante premio me anime a llevar en la tierra vida humilde, cada día MÁS ESPIRITUAL y recogida. Que el pensamiento de la sepultura de mi divino Salvador me anime constantemente a enterrarme con él, para que, escondiéndome con él en ti, pueda vivir en la tierra como si en ella no existiera nada ni nadie para mí, aparte de ti, ¡oh Dios mío! y de mi Señor Jesucristo.

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