DOMINGO DE PASCUA

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

"Pero en cuanto a vosotros, no es eso lo que habéis aprendido en la escuela de Jesucristo, dice el apóstol San Pablo, pues en ella habéis oído predicar y aprendido, según la verdad de su doctrina, a desnudaros del hombre viejo, según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, y revestiros del hombre nuevo que ha sido creado conforme a la imagen de Dios, en justicia y santidad verdadera (Efesios 4, 21-24)." - Este HOMBRE VIEJO, del que habla aquí el Apóstol, es el hombre compuesto de orgullo, de amor propio, de egoísmo, de sensualidad, de instintos perversos y depravados, que vive en nosotros desde la culpa original y que procura encadenarnos al pecado y a Satanás. Jesús murió para librarnos de él y nos anima con su divina ayuda a trabajar diariamente por destruirle en nosotros.

El HOMBRE NUEVO, del que habla también el apóstol San Pablo, es nuestra alma, regenerada por Jesucristo con su gracia y adornada de virtudes y dones sobrenaturales, que se esfuerza en seguir las huellas de su divino Maestro por las sendas de la justicia y de la santidad. -este hombre nuevo, que llevamos dentro de nosotros, encuentra en el Salvador resucitado su apoyo y modelo: su APOYO, porque en Jesús encontramos, mediante la oración, los principios de vida sobrenatural que son el alimento de nuestra alma; y su MODELO, porque la Resurrección gloriosa del Redentor es el ideal y la causa ejemplar de nuestra espiritual resurrección.

Si muriéramos a nosotros mismos y así resucitáramos con Jesús todos los días, PARTICIPARÍAMOS en el cielo de su triunfo y bienaventuranza. Del mismo modo que salió en tiempos pasados el patriarca José de la prisión para reinar sobre Egipto, compartiendo con sus hermanos fortuna y honores, nuestro divino Salvador resucitó glorioso, saliendo de su sepulcro para entrar en la gloria, donde espera a aquéllos que, conformando sus vida con la suya, merezcan ser llamados sus hermanos.

Si DESEAMOS adquirir tan honroso título y los esplendores que formarán su corona, tomemos las siguientes resoluciones: 1ª sacudir el yugo de las pasiones y combatir la vanidad y el amor del bienestar y los placeres; 2ª dar preferencia a la práctica de las virtudes más difíciles de aquéllas que exigen el sacrificio de nuestros defectos más corrientes, sobre todo del defecto dominante.

¡Oh divino Resucitado!, concédeme por tus infinitos méritos la fuerza de renunciar a mí mismo y a todas las satisfacciones terrenales, para que en ti únicamente encuentre reposo, esperanza y amor. En unión de tu santísima Madre y de tus Apóstoles, quiero santificar esta fiesta con verdadero espíritu de ORACIÓN, entregándome TOTALMENTE a tu divino beneplácito.

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