Domingo in Albis

 LA PAZ INTERIOR

Lo primero que necesitamos para la paz interior es conservar en el alma a toda costa la GRACIA SANTIFICANTE o amistad divina. Nadie podría permanecer tranquilo si tuviese por enemigo un hombre poderoso; mucho menos podríamos estarlo si por el pecado mortal hubiésemos hecho de Dios nuestro adversario.   " Para los impíos no hay paz", dice el Espíritu Santo (Isaías 48, 22). Y, a la verdad, una conciencia culpable no puede nunca encontrar reposo. Caín, habiendo matado a su hermano Abel, se cree perseguido de todos, huye sin cesar de un lugar a otro. David, después de haber cometido el pecado, encontraba amargas las delicias de su corte; era porque el temor la agitación y los remordimientos atormentaban su corazón. Porque el corazón sufre al separarse de Dios por el pecado, ya que fue precisamente creado para poseer a Dios y gozarle. El pecado mortal es, pues, el gran obstáculo que se opone a la paz interior, y la gracia habitual es la condición precisa para poseerla.

Para mejor gozar de las dulzuras de la paz es además necesario llevar VIDA FERVOROSA, en la que habrán de evitarse cuidadosamente las faltas veniales hechas con propósito deliberado. La costumbre de cometer estas faltas nos priva de las luces y atractivos de la gracia y de esa especial Providencia con la que Dios guarda a sus amigos verdaderos y les proporciona seguridad en el espíritu, devoción en el corazón y flexibilidad en la voluntad para plegarse a todos sus deberes. -El alma tibia no podría, por el contrario, recordar sin amargura la felicidad que gozó sirviendo a Dios con generosidad. Los reproches de la conciencia, sus recriminaciones para que cambie la vida, traen consigo pesadumbre y malestar. Tan verdad es que la tranquilidad y el reposo interior nacen de los sacrificios que uno se impone para ser fiel a Dios y constante en su santo servicio.

Estos sacrificios consisten, sobre todo, en CONFORMARNOS enteramente a la divina voluntad. Porque sin esta conformidad, solo la multiplicidad de nuestras ocupaciones es ya suficiente para turbarnos y agitarnos; ¿Qué sería si nos viéramos acosados por contradicciones, adversidades, injusticias y humillaciones? Es, pues, necesario para conservar la paz del corazón armarse de paciencia y de valor y enfrentarse con los acontecimientos a la manera de los santos, es decir, con fe, sumisión confianza, abandonándose totalmente a Dios.

¡Oh Jesús!, que supiste sufrir con calma y resignación infinitas los tormentos de tu Pasión, concédeme, por intercesión de tu divina Madre, esta paz profunda y DURADERA, fruto bendito de tu muerte y de tu resurrección. Infúndeme, te lo suplico: 1º verdadero horror al pecado, aún al pecado venial; 2º valor para combatir las inclinaciones o gustos que me impiden serte fiel; 3º renunciamiento total a mi propia voluntad, para que pueda siempre conformarme con la tuya, que merece ser infinitamente amada.

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