JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

JESÚS, PERDIDO Y HALLADO

Cuando nos separamos de Jesús por el pecado, podremos de nuevo encontrarle gracias al sacramento de la PENITENCIA o a la contrición perfecta. Nunca suficientemente demostraremos a Dios nuestro agradecimiento por el inmenso beneficio de devolvernos tan fácilmente su divina amistad, nuestra vida espiritual, nuestros derechos a la eterna bienaventuranza y a la vez paz honda del alma. Y ¡cuántas gracias podremos además obtener con nuestras confesiones siempre que las hagamos con fe, humildad, confianza y arrepentimiento!

En cuanto a la tibieza voluntaria, que nos priva de los preciosos efectos de la presencia sensible del Señor, los santos nos enseñan que en cierto sentido pudiera ser más peligrosa y funesta que el mismo pecado mortal. ¿Pero existe algún estado tan desesperado que no lo pueda curar nuestro Médico divino? Lo único que exige para ello es la cooperación de la BUENA VOLUNTAD. Cuando, pues, nuestra alma languidece por la tibieza, volvamos enseguida a reanudar nuestras prácticas piadosas, omitidas por cobardía, a recitar atentamente nuestras oraciones y a evitar aquellas faltas en que con tanta frecuencia recaemos. Si lo hacemos, volveremos de nuevo a ser fervorosos y la devoción devolverá a nuestras almas la perdida lozanía y, como un sol radiante de primavera, hará florecer en ella las flores de los buenos deseos que atraerán las miradas de Jesús.

Pero estos deseos, para que den fruto abundante y duradero,habrán de ser firme y capaces de resistir a las aguas de la adversidad, a los ataques del mundo, del demonio y de la carne, e irán siempre encaminados hacia el bien a que aspiran, es decir: el crecimiento de nuestra alma en el amor a Jesús. -Pero, por desgracia, obramos de muy diferente manera; porque nuestra vida es una constante oscilación entre el vicio y la virtud, un continuo caer y levantar. Parece como si tomáramos resoluciones únicamente para infringirlas y hacernos así aún más culpables ante la bondad divina, inspiradora de esas buenas resoluciones. Unas veces llenos de ardor, otras cobardes y abatidos, pasamos con facilidad asombrosa del recogimiento a la mayor disipación, de la mansedumbre a la ira, de la santa alegría ala tristeza y a la impaciencia, hasta el extremo de no perder soportar nada, ni olvidar nada, ni perdonar nada. ¡Qué inconstancia tan deplorable la nuestra y cuán grande es el daño que nos ocasiona!

¡Oh Jesús, oh María!, poned, os lo suplico, REMEDIO a esta solicitud mía por las vanas satisfacciones, a la vez que olvido de los bienes verdaderos. No me dejéis caer en la tibieza y menos aún en el pecado. Para ello os suplico que me concedáis las siguientes GRACIAS, 1ª no obrar jamás a impulsos de la pasión o del capricho, sino por razón y por fe, para ser fiel a mis deberes de estado y a mis prácticas piadosas; 2ª no perder nunca la serenidad interior, a pesar de todo cuanto pudiera acontecer. Que mis disposiciones interiores estén siempre en todo conformes con vuestro beneplácito, regla de mis pensamientos, de mis deseos y de mi conducta.  

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