JUEVES DE LA TERCERA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA

 MODESTIA DE JESÚS

Además del ejercicio de la presencia de Dios, el medio por excelencia para ser siempre modesto es la MORTIFICACIÓN que habremos de practicar siempre y en todo lugar. San Francisco de Sales apreciaba el ejercicio de la modestia más que todas las penitencias y todas las austeridades, porque la modestia exige, como el mismo Santo decía, que nos violentemos constantemente para mantenernos unidos a Dios, lo mismo solos que acompañados, y aun durante el sueño, después de habernos acostado modestamente en presencia de la majestad divina y de toda la corte celestial.

Aquel que, siguiendo el ejemplo de Jesús, quiera ser verdaderamente modesto, tendrá que moderar en sí la curiosidad de verlo todo, de escucharlo todo, de saberlo todo, y procurará acostumbrarse a no levantar las ojos. Su conversación habrá de ser edificante bajo todos los aspectos, y de modo especial cuidará de no herir ninguna virtud con sus palabras. Su risa, sus ademanes, su manera de comer, de sentarse, su templanza, habrán de darle a conocer como a discípulo del divino Maestro. La compostura de San Bernardo en tan grande, que todas sus virtudes se reflejaban en su semblante. Nunca se vio a San Francisco de Sales hacer algún movimiento inútil, no solamente en la iglesia, pero ni en su habitación, en donde fue observado secretamente.

Si nosotros siguiéramos las huellas de estos verdaderos discípulos y amigos de Jesús, ¡cuántas VENTAJAS obtendríamos! Además de la mortificación, que por fuerza habríamos de practicar, corregiríamos la disipación de nuestro espíritu, la falta de pudor de nuestras miradas y la libertad de nuestras palabras; nos vigilaríamos cuidadosamente a nosotros mismos, ante el temor de disgustar a la divina Bondad. ¿Por qué faltamos tantas veces a las reglas de la cortesía cristiana? Sin duda alguna porque nos olvidamos de Dios o tememos molestarnos y sacrificarnos, prefiriendo vivir libremente para seguir nuestros gustos y buscar siempre nuestra propia satisfacción.

¡Oh Dios mío! Si yo tuviera más espíritu de FE y de ABNEGACIÓN, cuán ligero sacrificio, adoptando menos cómoda postura, mortificando mis gustos y contrariando mis caprichos en aras de la modestia. concédeme la gracia de imitar a Jesús y a su Madre, y haz que siempre guarde el más profundo respeto hacia tu presencia, no olvidándome nunca de que estoy siempre bajo las miradas de tu infinita majestad.

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