LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

 MOTIVOS DE IMITAR A JESÚS

Aunque en todo deberíamos imitar a nuestro adorable Salvador, detengámonos a considerar su espíritu de oración y de sacrificio. El Evangelio nos representa a Jesús haciendo de la ORACIÓN su principal ocupación, o más bien, regla de toda su conducta. Sin hablar de su vida oculta, que fue una contemplación constante unida al trabajo manual, sabemos que durante su vida pública aderezó todas sus obras con la suave unción de la oración, que pasó cuarenta días retirado en el desierto antes de comenzar su divino ministerio, que cuando quiso elegir a sus apóstoles "se retiró a orar en un monte y pasó toda la noche haciendo oración a Dios (Lc. 6, 12)", que oró también antes de la multiplicación de los panes (Lc. 9, 16), antes de resucitar a Lázaro (Jn. 11, 41) y antes de instituir la divina Eucaristía (Lc. 22, 19). Parece creerse débil como nosotros, tan solicito se muestra en acudir a Dios, su Padre. Nada quiere ejecutar ni emprender sino mediante la oración: la infalibilidad de Pedro (Lc. 22, 32)., la santificación de los apóstoles y de los fieles, su mutua unión, su perseverancia (Jn. 17, 17-24), la fuerza de tolerar su dolorosa Pasión (Lc. 22, 43), su misma Resurrección (Jn. 17, 5), y su imperio sobre el universo (Salmo 2, 8), ¿Quién lo creyera?, todo fue OBJETO y EFECTO de sus fervorosos ruegos.-Considerado esto, ¿seríamos capaces de acometer una obra cualquiera sin haberla encomendado a Dios? ¿Nos atreveríamos, sobre todo, a arriesgarnos en algún asunto difícil que exija por nuestra parte un gran RENUNCIAMIENTO, sin haber antes reclamado la asistencia divina? Nuestra vida en la tierra es una constante lucha contra nosotros mismos, y a veces aquellos que nos rodean solo valen para aumentar nuestros combates, contrariando nuestros gustos, ideas, deseos y voluntad. entonces, levantemos los ojos hacia Jesucristo. Su vida fue un constante SACRIFICIO, pues Víctima del género humano, recibió en lugar nuestro los golpes de la Justicia divina; y aun ahora sigue inmolándose a diario por los hombre sobre los altares. Y su presencia real entre nosotros ¿es otra cosa que una inmolación perpetua? Porque de modo permanente Jesús en la eucaristía sigue siendo Víctima de Amor por nuestra salvación eterna.

¡Jesús dulcísimo!, haz que yo también participe de esa sed de ORACIÓN y SACRIFICIO que te abrasa, infunde en mí la gracia de orar siempre y la de renunciar a mí mismo en todas las ocasiones que debe hacerlo. Y ¡cuán frecuentemente se me presentan estas OCASIONES!... Cuando me son penosas las prácticas de piedad, cuando estoy hastiado de mis deberes de siempre, cuando por obedecer tengo que contrariar mi voluntad y mis inclinaciones, cuando la caridad me obliga  a condescender con el prójimo, cuando la paciencia me dice que tengo que sufrir sin quejas ni murmuraciones... ¡Oh Jesús!, ¡oh María! Haced que recurra a vosotros siempre que sea reprendido, molestado o contrariado; cuando, a pesar de mi mismo, me roben el descanso o la tranquilidad, me saquen de mis ocupaciones o me pidan beneficios que me exijan tal vez actos de abnegación.

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