MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

LA BONDAD DE JESÚS

Durante su vida mortal, el Salvador demostró hacia los pecadores arrepentidos una especial PREDILECCIÓN. No solo los animaba a cambiar de vida, exponiéndoles su doctrina y contándoles la alegría de los ángeles del cielo por la conversión de uno de ellos, sino que se complacía en su trato: los visitaba, se sentaba a su mesa y habitaba bajo su mismo techo. Este fue uno de los cargos que contra él tenían los fariseos, que le echaron en cara amargamente su manera de proceder; pero Jesús les contestó sencillamente: "Los que están buenos no necesitan de médico (Mc. 2, 17)", y "más estimo la misericordia que el sacrificio, porque a los pecadores, y no a los justos, he venido yo a llamar a penitencia (Mt. 9, 13)".

Por ESTO, el publicano Mateo fue uno de sus apóstoles; San Pedro, a pesar de haber renegado del divino Maestro Jesús, fue constituido Jefe de la Iglesia universal; a Saulo, que tanto le había perseguido, le convirtió en vaso de elección y le escogió para que fuera el Apóstol de los Gentiles. Es también digno de admiración lo que hizo el Señor con Zaqueo, el publicano, quien quería ver al Salvador y se juzgaba al mismo tiempo indigno de recibirle en su casa, por lo que el divino Maestro le buscó, le hizo bajar del árbol, y, llamándole por su nombre, quiso hospedarse en su casa para convertirle. ¡Qué infinita misericordia! Y Jesús según el Evangelio, después de la Resurrección, se apareció primero a María Magdalena,la pecadora arrepentida. Por estos hechos vemos que nuestro Salvador no rechaza jamás a un pecador, por culpable que sea, si se arrepiente de sus culpas y demuestra buena voluntad.

De aquí hemos de sacar las siguientes conclusiones: 1ª que nunca DESMAYEMOS al contemplar la multitud y la malicia de nuestros pecados; Dios, que quiere perdonarnos, nos concederá su gracia, si se la pedimos, y el don del arrepentimiento, porque, dice el Salmista, no desprecia jamás a un corazón contrito y humillado; 2ª evitemos ese dolor de ENFADO, sin confianza ni amor, atento a sí más que a Dios. Imitemos a los santos, que aun teniéndose por grandes pecadores, desbordaban de confianza en la Bondad divina, protestando de su firme voluntad de amarla tanto como antes la habían ofendido. Si estos fueran nuestros sentimientos, ¡cuánto provecho sacaríamos para el alma!

¡Oh Jesús!, puesto que tu divina misión fue misión de amor, de misericordia y de perdón, te ruego que no consientas desconfíe de ti. Por intercesión de María santísima, refugio de pecadores, concédeme, te ruego, las disposiciones necesarias para la verdadera penitencia. Dame para alcanzar esta gracia sentimientos de profunda HUMILDAD, -de generosa CONFIANZA- y de VALOR constante hasta la hora de mi muerte. 

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