MARTES PRIMERO DE PASCUA

 LA ALEGRÍA ESPIRITUAL

"¿Hay entre vosotros alguno que esté triste?, dice el apóstol Santiago; pues que HAGA ORACIÓN (Santiago 5, 13)." La oración dilata el corazón, lo reanima cuando desfallece, consuela en las aflicciones y da fuerza y valor para vencer en los combates por la virtud. No existe nada que más no haga gustar de las delicias de la devoción como conversar sin cesar con aquel que es la felicidad de los ángeles y de los escogidos. Los santos encontraban su paraíso en la tierra, al tratar interiormente con Dios, al regocijarse con sus grandezas y perfecciones y al meditar su bienaventuranza infinita e inalterable.

Y nosotros, ¡oh Dios mío!, también podríamos encontrar nuestro paraíso si nos cuidásemos constantemente de DARTE GRACIAS por los innumerables beneficios que de ti recibimos. Nos has dado el ser, las facultades, los sentidos y nos proporcionas vestido, alimento y salud, a cada instante nos concedes la existencia al conservarnos la vida. ¡Qué motivo tan grande de alegría es para nosotros vernos objeto de tan tierna y constante solicitud por parte de Dios!- Y qué podríamos decir tocante a las gracias sobrenaturales que con tanta frecuencia nos concede? ¿No son acaso más preciosas que todo el mundo? No tendríamos palabras si quisiéramos ponderar las excelsas prerrogativas que gozamos en virtud de la gracia santificante que nos hace hijos de Dios, herederos de su gloria, nos une a Jesús, nos concede el don de la presencia substancial y permanente de la Santísima Trinidad en nosotros y la gracia de merecer constantemente por nuestras oraciones los más insignes favores. Todo esto es muy digno de nuestra consideración, y el recuerdo de beneficios tan maravillosos sería más que suficiente para dilatar sin cesar nuestros corazones.

Además como dice el apóstol San Pablo: "Los dones y vocación de Dios son inmutables (Rom. 11, 29)." Por lo tanto, todos los beneficios que el Señor en el pasado ha querido otorgarnos son prenda de los que habrá de concedernos en el porvenir. Por eso, las almas buenas SE ABANDONAN a la Providencia de Dios y desechan los vanos e infundados temores, las preocupaciones e inquietudes inútiles, recordando con su manera de proceder estas palabras de San Pedro: "Descargad en el amoroso seno de Dios todas vuestras solicitudes, porque él tiene cuidado de vosotros." (1Pedro 5, 7). Cuán agradables son para el Señor las disposiciones de un alma llena de gratitud hacia él, en quien se abandona totalmente: por eso Dios convierte estas mismas disposiciones en fuentes abundantísimas de paz y de santa alegría.

¡Oh Jesús mío! Ya sabes que una nada basta para turbarme y entristecerme, porque me olvido con demasiada frecuencia del amor que me tienes. Por tus infinitos méritos y por los méritos de tu Madre, concédeme la gracia de INVOCARTE en mis penas, -de pensar cuando esté angustiado en tus BENEFICIOS- y de abandonarme en TUS BRAZOS cuando más desesperanzado me vea.

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