MARTES RESURRECCION

POR QUÉ FUE NECESARIO QUE CRISTO SUFRIERA.

Después de haber convencido a sus discípulos de la realidad de su Resurrección, dice el Evangelio que el divino Maestro les iluminó la inteligencia, para hacerles comprender por qué fue necesario que Cristo SUFRIESE COMO SUFRIÓ, y por qué hubo de resucitar al tercer día; es decir, que les reveló el gran misterio de la Redención, operado merced a la muerte y resurrección del Hombre-Dios. "Era necesario que Cristo sufriese", les dijo, no porque sus dolores fueran necesarios para nuestra salvación, ya que para salvar al género humano hubiera bastado con un suspiro, sino porque tal fue la voluntad divina, que era necesario que se cumpliera.

¡Qué lejos estamos de SOMETERNOS  a los designios del Padre celestial, como lo hizo Jesús! Sabemos que nada puede suceder sin permiso de Dios, y, sin embargo, en cuanto alguna obra nos resulta trabajosa o nos cansa, en cuanto se trata de llevar la cruz, razonamos, dudamos, se subleva nuestra naturaleza y a veces murmuramos y nos quejamos amargamente. ¿Acaso queremos sujetar a nuestro capricho la sapientísima, santísima, amabilísima y adorable voluntad de Dios? Si fue necesario que Cristo entrara en la gloria por el camino del Calvario, ¿Cómo nosotros queremos entrar en ella sin descender de la montaña del Tabor? Aquellos que por el Padre celestial fueron predestinados para la vida eterna, es natural que se hagan, como dice el Apóstol, podría haber entre unos discípulos todo delicadezas y enemigos del sufrimiento y un Maestro coronado de espinas?

Luego, si queremos CONQUISTAR el reino de los cielos, es necesario que nos aprestemos a luchar contra nosotros mismos y a soportar resignadamente las penas de la vida. Y si alcanzamos el grado de PACIENCIA de que habla la Imitación de Cristo podremos también librarnos de las penas del purgatorio, porque este grado de paciencia, nos dice, da fuerza para soportar los ultrajes: 1º afligiéndonos más de la malicia ajena que de la injuria propia; 2º rogando de buen grado por nuestros enemigos y perdonándoles del fondo del corazón; 3º estando dispuestos siempre a pedir perdón más que a montar en cólera; 4º sabiéndonos frecuentemente dominar, haciéndonos violencia a nosotros mismos, con el fin de sujetar plenamente la carne al espíritu. ¡Ojalá sean éstas nuestras disposiciones. Concédemelas, ¡oh dulce Salvador mío! Ya que por nosotros quisiste ser crucificado y resucitaste glorioso, las espero confiado en tus méritos infinitos y en la intercesión tan poderosa de tu Madre dolorosa y de todos tus santos mártires.

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