MIÉRCOLES DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA

 MEDIOS DE IMITAR A JESÚS

La felicidad de haber comulgado debería LLENAR nuestra alma a la manera que lo hace el recuerdo de un gran acontecimiento. Si recibiéramos la visita de un rey, la estaríamos recordando días y días. ¡Cuánto más debiéramos pensar en la que Jesús hace a nuestros corazones, descendiendo hasta el abismo de nuestra nada para enriquecernos con sus preciosos dones, él, Rey de los Ángeles y del universo entero! No es posible que podamos formar idea de cuanto se nos concede en una sola Comunión. Jesús nos infunde su propia vida, su espíritu, su Corazón. Su VIDA, la que él mismo vive en el seno del Padre, y por la cual se hace uno con él. Su ESPÍRITU, con sus excelsas ideas, luces, sabiduría, máximas y doctrina que se nos dan con él, procurándonos una ciencia muy superior a toda ciencia humana. Su CORAZÓN, que nos hace participar de sus sentimientos, de sus inclinaciones, de su horror al mal, de su amor al bien; que nos inspira piadosos afectos, los santos deseos que le animan, y que deposita en nosotros los gérmenes de todas las virtudes al concedernos firme voluntad de practicarlas por los medios obtenidos con la oración.

Enriquecidos en la Comunión por Jesús mismo, ¿podremos olvidar los beneficios inmensos que de él hemos recibido? No, antes HAGÁMOSLOS VALER constantemente, no solo durante la acción de gracias, sino durante todo el día. A este fin, recordemos con frecuencia la presencia real de Jesús en la Eucaristía, que nos mira con amor, nos defiende, nos protege, nos rodea de cuidados y nos ayuda a cumplir con exactitud nuestros deberes. Demostrémosle hondo agradecimiento con actos de fe, de confianza, de abandono a su voluntad divina y de amor; unamos al suyo nuestro corazón; hagamos todas las acciones con la intención de agradarle, y derramemos en torno nuestro el aroma de las virtudes, del que nos deja impregnados el banquete eucarístico. ¡Qué poco edificantes resultaríamos para el prójimo si después de haber comido el Pan de los Ángeles, el Cordero sin mancha, cometiéramos las pequeñas faltas de siempre, impacientándonos, desobedeciendo,no soportando las contrariedades, no condescendiendo con el prójimo y no siendo mansos y humildes de corazón!

¡Oh Jesús mío, alimento divino de mi alma! Obra según tu poder y misericordia sobre mis espirituales enfermedades. Aleja de mí los pensamientos que DISIPAN, los deseos que turban, los proyectos que atormentan. Dame valor para MORTIFICAR mi carácter y humor, para que así pueda llevar con paz las cruces de todas las horas y de todos los instantes. Haz que sepa COMPADECERME de las necesidades del prójimo, de sus penas y aun de sus defectos, para que así pueda imitar tu caridad sin límites y tu dulzura inalterable. Por intercesión de tu dulcísima Madre, haz que me recoja interiormente, que obre sin pensar en mis intereses materiales y que me encuentre siempre dispuesto, como tú, a sufrir, a abnegarme y a perdonar.

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