SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA

 LA UNIÓN CON JESÚS

Hemos de perfeccionar la unión con nuestro divino Redentor hasta llegar a adaptarnos a él de tal manera, que podamos decir, usando el lenguaje de la Iglesia: "Por él mismo, y con él mismo, y en él mismo." (Ordinario de la Misa). Obrar por Jesús es abandonarse totalmente a él, confiándole todo en sus méritos, en orar y trabajar en su nombre y obrar el bien en virtud únicamente de su gracia. La Iglesia es la primera que nos da ejemplo de confianza ilimitada y exclusiva en su divino Esposo, al terminar todas sus oraciones en estos términos o en otros muy semejantes: "Por Jesucristo Nuestro Señor." Precisamente en nombre de Cristo y por la autoridad de Cristo, la Santa Iglesia predica su doctrina de salvación, administra los sacramentos, consuela a los afligidos, asiste a los moribundos e introduce sus almas en la bienaventuranza, enseñándonos así a no contar jamás ni con el mérito de nuestras oraciones ni de nuestras obras, sino únicamente con Jesús.

Obrar con nuestro divino Redentor es ponerse de acuerdo con él en todo: pensamientos, intenciones, sentimientos y conducta. Nuestras acciones serán valoradas por su semejanza con las acciones de Jesús, así que habrán de tender al mismo fin y habrán de ser empezadas, encauzadas y terminadas bajo el influjo de la gracia necesaria para que sean para la mayor gloria de Dios. -Y si queremos agradar a nuestro Padre celestial, tendremos que moldear nuestro corazón en el corazón de su divino Hijo; y, admirando en todo a nuestro Modelo, imitar su adorable modestia, empequeñeciéndonos a nuestros propios ojos; su obediencia sin límites, que nos hará someternos dócilmente a las órdenes de Dios y de nuestros superiores; su atrayente mansedumbre, que hará fluir de nuestras palabras y acciones bálsamo delicioso para alivio de las miserias del prójimo.

De esta manera llegaremos poco a poco a vivir en Jesús. Entonces, y como sin sentirlo, habremos renunciado a nuestro propio espíritu, a nuestros deseos y a nuestros personales sentimientos; nos habremos entregado sin reserva al Señor, para que él nos dirija, nos ilumine y haga obrar según su divina voluntad, hasta el punto que podamos decir: "No soy yo quien vive, Jesús es quien vive en mí"; sus ideas, intenciones, proyectos, son los míos; mi conducta es como una prolongación de la suya; cuando rezo, trabajo y sufro, rezo, sufro y trabajo por él, o mejor dicho, es el mismo Jesús quien reza, trabaja y sufre en mí; él es la Cabeza que gobierna el cuerpo místico, del cual yo soy un miembro.

¡Oh Jesús! ¿Por qué no habrá de ser así?, ¿por qué en vez de ser tú quien me dirija, es la naturaleza, el humor, el capricho quienes me dominan a su antojo?

Por intercesión de María, te ruego me hagas morir a mí mismo para que pueda vivir "por ti, contigo y en ti", hasta que rinda el último suspiro de mi vida, que quiero se funda eternamente con la tuya.

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