Sábado in Albis
CONFIANZA EN JESÚS Y EN MARÍA
Si para honrar a Jesús resucitado queremos resucitar a una
nueva vida y perseverar en ella hasta la muerte no nos fiemos de nosotros
mismos ni de nuestras buenas resoluciones; más bien coloquemos toda la
confianza en Jesús y en María, especialmente en los MOMENTOS DE LUCHA. No es
difícil evitar el pecado mortal, si no somos tentados; pero cuando tenemos que
resistir los embates del mundo, del demonio y de la carne, ¿Qué sería entonces
de nosotros, si no fuera por la gracia? Los santos pasaron también por la
prueba de las tentaciones; San Pablo suplicó al Señor que le librase de ellas,
pero le fue contestado: "Bástate mi gracia, porque el poder mío brilla y
consigue su fin por medio de la flaqueza (2 Cor. 12,9)." Sí, la
gracia es suficiente para vencer en todos los combates, pero esta gracia solo
la obtendremos orando confiadamente. El que pretenda vencer apoyado únicamente
en sus fuerzas será juguete de sus enemigos. "¡Qué desesperación más
grande la de los condenados, dice San Alfonso, cuando piensen que para ellos
hubiera sido fácil salvarse si hubieran invocado con frecuencia los nombres de
Jesús y de María!" No dejemos nosotros de invocarlos llenos de fe, sobre
todo en las luchas contra la propia naturaleza e inclinaciones.
Tampoco nos olvidemos de invocar estos nombres benditos en
los SUFRIMIENTOS de esta vida tan triste. "Nos vemos acosados, dice San
Pablo, de toda suerte de tribulaciones, pero no por eso perdamos el ánimo; nos
hallamos en grandes apuros, mas no desesperados; somos perseguidos, mas no abandonados;
abatidos mas no enteramente perdidos (2 Cor. 4, 8-9)." ¿Quién
sostenía al apóstol en medio de tantas adversidades? Únicamente en confianza en
Jesucristo: "Todo lo puedo en aquél que me conforta (Filipense 4, 13)."
Y nunca fue desmentida su confianza. -Así, pues, cuando estemos abrumados por
las penas, descansemos en Jesús y en María, porque si recurrimos a ellos por la
oración, en el Señor y en su Santísima Madre encontraremos la luz, la fuerza y
el valor que necesitamos. ¿Hemos obrado siempre de esta manera?
¡Oh Dios mío!, cuando me pruebas, yo solo pienso en mis
penas y en el medio de aliviarlas, en vez de recurrir a mi divino Redentor y a
María, mi dulcísima Madre. Ellos serían quienes con más ternura, eficacia y
fidelidad me consolasen, y yo nunca podría desear ni encontrar mayor consuelo
que el suyo, porque ¿Quién como Jesús y la Virgen podría proporcionarme la paz
que dulcifica las penas, -la paciencia que las hace meritorias- y la fuerza
victoriosa que las habrá de convertir en provechosas para mi alma? Quiero tomar
estas resoluciones: 1ª invocar a Jesús y a María siempre que la tribulación o
la tentación llamen a las puertas de mi alma para turbarla y agitarla; 2ª
recordar, cuando me vea probado, el Calvario donde Jesucristo crucificado y María,
Madre de dolores sufrieron juntos por la salvación de mi alma. Afirma, ¡oh
Dios!, y reanima mi confianza en su bondad y méritos. Haz que ellos sean objeto
principal de mis pensamientos, mi socorro durante la vida, -mi esperanza a la
hora de la muerte, -mi dicha por toda la eternidad.
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