SÁBADO PRIMERO DE PASCUA

EL AVEMARÍA

Al decir esta oración, empezamos por FELICITAR a la Madre de Dios por sus grandezas: "Dios te salve, María, llena eres de gracia." Este saludo, dice Santo Tomás, extraña por su novedad, porque jamás se había oído nada parecido de boca de un ángel. -Pero ¿por qué el ángel llama a María LLENA DE GRACIA? Y contesta el Doctor Angélico: El ángel la llama "llena de gracia", porque la Virgen recibió esta gracia en tal plenitud que con ella hubiera bastado para santificar a todos los hombres, lo que debiera fortificar nuestra confianza cuando invocamos a María. Siempre que pronunciamos su dulcísimo Nombre con devoción, veremos que aumenta en nosotros esta confianza, porque su Nombre es nombre de esperanza y de amor, que ilumina, fortifica y consuela a cuantos lo invocan.

"El Señor ES CONTIGO." Es decir, que está con la Virgen de un modo especial, distinto de como está con todas las criaturas. Porque el Padre está con María, como con su hija por excelencia, el Hijo con su Madre bendita y el Espíritu Santo como con su Esposa amadísima. -"BENDITA tú eres entre todas las mujeres." ¡Oh María, qué abismo tan inmenso existe entre ti y Eva, que cayó bajo la maldición del pecado y nos arrastró a todos en su ruina! Hoy, gracias a ti, somos también nosotros benditos contigo, porque eres Madre de Dios y de nuestras almas. ¿Y por qué? Porque Jesús, bendito aun antes de que empezaran los siglos y tú, ¡oh María!, todopoderosa al lado de él, habéis querido concedernos el beneficio de esta bendición.

Después de haber saludado y alabado de esta manera a la bienaventurada Virgen, nos contemplamos interiormente y, penetrados del sentimiento de nuestras MISERIAS, le decimos: "Santa María, Madre de Dios." Y tal como los hijos gustan de repetir el nombre de la madre y de proclamar sus títulos de nobleza, reanimando así su amor y confianza en ella, nosotros no nos cansamos de repetir: "Santa María, Madre de Dios..." Y al contemplar a María tan pura y encumbrada, vemos mejor nuestra nada; por eso añadimos: "RUEGA por nosotros pecadores"; ruega "ahora", mientras dura la lucha que sostenemos contra nosotros mismos, contra nuestros vicios y pasiones, contra las emboscadas que nos tienden el mundo y el infierno.

Ruega por nosotros sobre todo, ¡oh María!, "en la hora de NUESTRA MUERTE", cuando, debilitados por la enfermedad, necesitemos más que nunca de tu auxilio. ¡Oh Madre querida!, socórrenos entonces prontamente con tu maternal y poderosa ayuda. Ruega por nosotros cuando recibamos los últimos sacramentos. Y cuando nuestra alma, luchando en la agonía, esté a punto de comparecer ante el tribunal de Dios, recíbela tú misma, que eres nuestra salvación, y así te seremos deudores de la vida de la gloria lo mismo que ya te somos deudores de la vida de la gracia.

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