SÁBADO SANTO

 ENTERRAMIENTO DEL SEÑOR

¿Quién no se sentiría conmovido ante la POBREZA de un Dios todopoderoso, dueño del universo, quien, no contento con haber nacido en un establo, quiere morir despojado de todo y colocado, después de muerto, en un sepulcro que no le pertenece? ¡Qué gran lección para nosotros, tan apegados a las vanidades del mundo y a las riquezas perecederas del siglo! -El sepulcro de Jesús estaba abierto en un JARDÍN, como para darnos a entender, según Santo Tomás, que la tumba habrá de ser para nosotros como la puerta del cielo. En los jardines celestiales no entrará la CIZAÑA de nuestros defectos ni de nuestras imperfecciones, y menos aun tendrán en ellos entrada las plantas venenosas de nuestros malos hábitos y pasiones inmortificadas. Solo serán admitidas en los jardines del cielo las flores de la virtud que cuidadosamente cultivemos durante nuestra estancia, más o menos breve, en la tierra. Guardémonos pues, de ser tibios o negligentes en el importantísimo trabajo de la santificación.

El sepulcro de Jesús era sepulcro nuevo, que no había sido aún estrenado. También nosotros, si queremos ser contados en el número de los elegidos, hemos de recibir la divina Eucaristía o, cuando llegue nuestra última hora, el santo Viático, con un CORAZÓN PURO, renovado por sentimiento de contrición, de oración y de amor divino. -El sepulcro abierto en la ROCA simboliza también la firmeza, la constancia que requiere la verdadera virtud. No es suficiente para salvarse haber servido al Señor exteriormente cierto número de años; para salvarse es necesario apegarse a Jesús y perseverar en su amor hasta el último instante de nuestra vida.  -Después de haber colocado respetuosamente en el sepulcro el cuerpo inanimado del Señor, los discípulos, arrimando una gran piedra, cerraron con ella la entrada del mismo, y todos, sin exceptuar a María, su Santísima Madre, SE RETIRARON, dejando al Redentor reposa en el sueño de la muerte. Nueva y última lección que nos da el divino Maestro: con ella nos recuerda que algún día, después de sepultados nuestros restos mortales, todos nos abandonarán, dejándonos en la lúgubre soledad de la tumba.

¡Oh Jesús, por nosotros enterrado!, desde el sepulcro en que reposas dígnate purificar mi corazón, desprenderle del mundo, santificarle y adornarle con todas las virtudes. Dame valor para prepararme a la muerte durante la vida, ejercitándome constantemente en la ABNEGACIÓN; humillando mi espíritu en tu presencia; sometiendo mi criterio y voluntad a la de aquéllos que me dirigen en tu nombre; sujetando todos mis deseos e inclinaciones a tu divino beneplácito. Poniéndome bajo la protección de tu afligidísima Madre, tomo la RESOLUCIÓN de recibirte en mi corazón: 1º embalsamándote con el PERFUME de los santos deseos y afectos piadosos; 2º ofreciéndote una conciencia blanca y pura como tu mortaja, una voluntad tan firme para obrar el bien como la PIEDRA  de tu sepulcro y un alma apartada del mundo, como tu santísimo cuerpo encerrado en el SEPULCRO.

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