VIERNES SANTO

 JESÚS EN LA CRUZ

El divino Redentor, al tomar sobre si los crímenes del género humano, se hizo, en cierta manera, el pecador universal, cargado con los pecados del mundo, y se HUMILLÓ EN PROPORCIÓN con la figura que estaba representando. No solamente fue crucificado como el último de los esclavos, sino que murió entre dos malvados, como él crucificados, es decir: suspendidos de la picota de la ignominia, entre maldiciones del cielo y de la tierra, -He aquí, pues, al Dios, a quien San Pablo llama "santo, inocente, inmaculado, segregado de todo pecado y sublimado por encima de los cielos (Hebreos 7, 26)". Aquí podemos contemplarle entre dos odiosos malhechores, considerando a los dos como si fueran sus hermanos y mostrándonos con su proceder la verdad de aquellas palabras: "No a los justos, sino a los pecadores he venido yo a llamar a penitencia (Lucas 5, 32)."

¡Cuán profunda es la humildad de todo un Dios, cuán infinita la caridad del Redentor! Para ayudarnos y facilitar la confesión de nuestros pecados se hace en cierto modo PECADOR CON NOSOTROS, y de hecho parece declararse el último y más criminal entre todos ellos. -¡Desgraciados, por el contrario, los soberbios que, al igual del ladrón impenitente, se niegan a confesar sus culpas e irritan contra el mismo Dios a quien ofendieron, que los prueba y los aflige solo para sanarlos y salvarlos!

En el Calvario puede decirse que comienza el JUICIO, al que Jesús someterá a todos los hijos de Adán. Al ser colocado entre dos ajusticiados, parece hacer la separación entre justos y pecadores. Al buen ladrón habló como hablará a los escogidos al fin de los siglos: "Ven, bendito de mi Padre; ven a tomar posesión del reino que te fue preparado desde el origen del mundo; porque hoy mismo estarás conmigo en el paraíso." En cambio, al ladrón impenitente, que estaba colocado a su izquierda, le dirigió estas terribles palabras, reservadas a los réprobos: "Ve, maldito, al fuego eterno." La humildad arrepentida es el sello característico de los escogidos, así como la obstinación impenitente es el sello de los esclavos de Satanás. -Si queremos pertenecer para siempre al Salvador y compartir la suerte del buen ladrón, nosotros, pecadores, humillémonos como él, porque Jesús prefiere la humildad de un culpable al orgullo de un inocente.

¡Oh Redentor mío! Quisiste morir por mi crucificado. Yo me postro a los pies de tu Cruz, y, lleno de amargura, confieso toda mi ingratitud. Por mis pecados, por los que mi soberbia e insubordinada voluntad ha cometido, tú ¡oh Dios mío!, estás clavado en ese infame patíbulo. He contribuido con mi malicia a la muerte de Dios. ¿Cómo podría yo reparar este mal, infinitamente mayor que la ruina del universo? ¡Oh Virgen María, madre de dolores y de misericordia!, haz que muera de PENA por haber sido yo mismo verdugo de tu amado Hijo; dame valor para reparar, en la medida de mis fuerzas, mi pasado, viviendo de ahora en adelante con espíritu de PENITENCIA, -de ABNEGACIÓN- y de PACIENCIA

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