CUARTO DOMINGO DE PASCUA

 EVANGELIO DEL DÍA

El Espíritu Santo vive y obra su acción santificadora en las almas que están en gracia. Pero también a los pecadores, como si dijéramos desde fuera, los favorece con luces y mociones a penitencia con el menor esfuerzo que hagan para orar. El Espíritu Santo sopla en todas partes; lo importante es saber recoger su impulso y su voz. Desgraciadamente, ¡las criaturas meten tanto ruido en nuestras almas, que no podemos percibir la voz ni los consuelos del Espíritu Santo! Parece como si en el tiempo de la oración se dieran cita en nuestra alma todas las curiosidades, todas las preocupaciones, todos los temores; entonces, como en una plaza pública, andamos de acá para allá atendiendo a todo menos al Espíritu Santo y a nosotros mismos.

Sin embargo, el Espíritu Santo es el encargado por Jesucristo de hacer revivir en nosotros su doctrina, darle oportunidad para el momento en que vivimos, presentarla a nuestros ojos llena de luz y de verdad, darle el verdadero sentido para resolver nuestras dudas y angustias, desterrar las máximas del mundo, hacernos gustar la paz de la buena conciencia y bañarnos en una dulce confianza de vencer los obstáculos. Pero lo que sobre todo nos enseña el Espíritu Santo es a huir del mundo lleno de pecados, porque no cree en Jesucristo y lo rechaza; nos enseña también que al marcharse Jesucristo a los cielos y al no volver ha ido a prepararnos el reino que en justicia se nos debe si le somos fieles; nos enseña, por fin, que Cristo venció al mundo y al infierno, que vencerá nuestras malas inclinaciones, que el que no le sea fiel no ponga por excusa la fuerza del mal que le domina, porque el demonio ha sido vencido.

¡Oh si atendiéramos a las inspiraciones del Espíritu divino durante la oración! ¡Cuántas inspiraciones, buenos propósitos, ideas luminosas, afectos sinceros de amor y de dolor no se desvanecerían ahogados por distracciones y frivolidades! ¡Cuántas veces saldríamos de la oración llenos de fe, de resolución, de seguridad, de paz! Una meditación hecha con recogimiento es como un cántaro sumergido en un pozo, aunque no vemos ni sentimos penetrar el agua profunda, sacamos el cántaro rebosante. No olvidemos que los misterios más importantes de nuestra vida y crecimiento espiritual se verifican en la oración por gracia del Espíritu Santo. Digámosle frecuentemente y con fervor: "Ven, Espíritu Santo, y envíame del cielo un destello de tu luz (Sencuencia de Pentecostés)

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