JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA

CONSTANCIA EN EL BIEN

Es propio de la virtud, dice Santo Tomás, obrar con fuerza y constancia. Y el mejor medio para llegar a ser constantes es el procurar, mediante la fe y la oración, que las verdades de la salvación ARRAIGEN en nuestras almas. Cuando se obra únicamente a impulsos del sentimiento, está uno expuesto a la inconstancia. No ocurre lo propio cuando se obra por principios de razón y de fe. Y cuanto más hondas raíces tengan estos principios en nuestra alma, más seguros estaremos de que no habrá mudanza en nosotros. Mas ¿qué verdades entre las reveladas debemos escoger con preferencia? Evidentemente, las que mejor ARMONIZAN con nuestros deberes y nos apartan de los peligros que corremos y dicen bien con la condición de nuestro espíritu, de nuestro carácter, aquellas, en una palabra, que despierten en nosotros más saludables impresiones de horror al pecado y amor a la virtud. Estas verdades las deberemos MEDITAR todas las mañanas, repasarlas durante el día y hacer de ellas la regla de nuestra conducta. De esta manera nuestra inteligencia, iluminada con las verdaderas máximas evangélicas, conducirá la frágil barquilla de nuestra alma lejos de los escollos peligrosos, por la ruta más fácil y por tanto más favorable a la perseverancia en el fervor.

Añadamos a lo dicho la ORACIÓN ASIDUA. El corazón, lo mismo que el espíritu, necesita ser alimentado, fortalecido y sostenido. La oración ferviente es precisamente su alimento de cada instante, de cada hora; es como su respiración, sin la que no tendría vida, vida celestial, vida de Dios mismo. En la oración asidua están comprendidos los sacramentos, los ejercicios de piedad y todas las devociones de una vida bien reglamentada.

¿Hemos procurado hasta ahora perseverar en la virtud, sin apartarnos nunca de ella? Si queremos conseguirlo, fijemos en nuestra imaginación el pensamiento de alguna VERDAD FAVORITA que pueda servirnos de norte y de apoyo. Ciertas máximas, unidas a la oración, nos ayudarán a no perder jamás el fervor habitual, como por ejemplo: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Mt. 16, 26)." "Todo pasa, solo Dios permanece."

¡Oh Jesús! Tú que llevaste en la tierra una vida tan dura y tan penosa, que permaneciste en la Cruz, a pesar de que tus enemigos te provocaban para que bajaras de ella, líbrame de la inconstancia, para que cumpla siempre las prácticas piadosas, que alimentarán diariamente mi alma y me ayudarán a cumplir con exactitud mis deberes. Para conseguir la virtud de la constancia, tomo las siguientes resoluciones, que espero guardar con tu ayuda: 1ª combatir la pereza, la despreocupación, el capricho, el genio y todas las inclinaciones de mi débil naturaleza, tan sujetas a mudanza; 2ª obrar siempre por principios de razón y de fe a pesar de la repugnancia, del tedio, de las dificultades y de las tentaciones. Hazme, ¡oh Dios mío!, cumplir fielmente estas resoluciones, por intercesión de María Santísima, Madre de la perseverancia y el más perfecto Modelo de constancia en tu divino amor.

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