LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

MISTERIO DEL DÍA

¡Qué desprendidos de lo terrenal debiéramos sentirnos al pensar que Jesús dejó el mundo para remontarse a los cielos! El Redentor, que debiera ser el único objeto de nuestras ilusiones, de nuestro amor, alzó el vuelo hacia la patria celestial. Por tanto, ¿cómo es posible que nosotros sigamos tan apegados al triste destierro de la vida?, ¿cómo es posible que la amemos si mientras estamos en el mundo nos vemos rodeados de peligros por todas partes? Vivamos como extranjeros en la tierra, como viajeros que quieren terminar pronto su jornada, para acabar con ella el viaje y reunirse con los suyos. Siguiendo el ejemplo de San Pablo, pensemos que todo lo terreno es como un poco de barro, y aspiremos únicamente a la posesión del sumo Bien.

Pero no es suficiente que sintamos de esta manera; tenemos que poner en práctica lo que sentimos para así llegar a adquirir la verdadera y sólida virtud. No nos creamos jamás fuera de peligro por recitar diariamente algunas oraciones, o por llevar una vida edificante, meditar y comulgar frecuentemente, porque la piedad aparente nada puede garantizarnos. El Señor dijo: "Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado al fuego. Por sus frutos, pues, los podéis conocer (Mt. 7, 18-20)." Luego examinémonos y veamos cuáles son los frutos de abnegación, de castidad, de paciencia, de caridad que recogemos de nuestras lecturas piadosas y de las santas meditaciones que diariamente hacemos. De esta manera podremos comprobar si realmente adelantamos en el camino que conduce al cielo, al cual el Señor subió después de habernos dado ejemplo de todas las virtudes.

Dijo Jesús, que allí nos prepararía a nosotros también un lugar; pero no podremos ocuparlo si no nos preparamos CUIDADOSAMENTE a ello. Y aunque en esto empleáramos la vida entera, ¿qué es esta vida tan corta, sí la comparamos con la eternidad? ¿Qué son las fatigas y las penas de este mundo si las ponemos en paragón con una felicidad que no tendrá fin? ¿Por qué, pues perdemos un tiempo preciosísimo en pensamientos, palabras y ocupaciones inútiles, cuando cada momento vale una eternidad? ¿De qué nos sirve la disipación y el dejar que se deslice la vida cómodamente, siguiendo nuestras naturales inclinaciones, si de esta manera nos alejamos de Dios, en vez de unirnos más a él cada día?

¡Oh Jesús mío!, despégame de la tierra, y para ello recuérdame constantemente el cielo para el cual fui creado. Con tu ayuda tomo las siguientes resoluciones: 1ª vivir como desterrado en este mundo, en el que se encuentra mi alma en la prisión del cuerpo; 2ª aspirar siempre a santificarme, siendo éste el principal objeto de mi vida y colocándome, para lograrlo, bajo la protección de María, tu divina Madre, que también lo es mía.

Comentarios

  1. Este mundo es obra de Dios y también nuestro lugar de encuentro con El. Aquí no me siento desterrado, sino en la casa donde descubrir la voluntad de quien es su dueño y hacedor. Su finitud y temporalidad me anuncia la infinitud y eternidad a la que estoy llamado...

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