LUNES ANTES DE PENTECOSTÉS

 EL DON DE CIENCIA

Sin el don de Ciencia, los conocimientos humanos sirven a veces para enorgullecer y ensoberbecer a los hombres. Por eso dijo San Pablo: "La ciencia por sí sola hincha." Los demonios son mucho más sabios que nosotros, y, sin embargo, son malditos de Dios. ¡Cuántos soberbios filósofos murieron en la impiedad! Pero la ciencia sobrenatural nos preservará de tan terrible desgracia, al comunicarnos el CONOCIMIENTO DE NOSOTROS MISMOS. Por muy inteligentes que fuesen los santos, nunca jamás se olvidaban de su propia nada, atribuyendo siempre a Dios la gloria de sus talentos, elocuencia y virtudes. Y fue el Espíritu Santo, por medio de la ciencia infusa que les había comunicado, quien les enseñó a humillarse de semejante manera.

La humildad, dice San Lorenzo Justiniano, ilumina al alma, haciéndole ver y sentir TODAS SUS MISERIAS, infundiendo en ella al mismo tiempo la ciencia verdadera, que consiste en el conocimiento de que Dios lo es todo y nosotros nada. La humildad es, pues, la ciencia de nosotros mismos con relación a Dios. Y así como le es imposible a una piedra ser razonable si no se le concede la razón, tampoco nuestra alma podrá hacer un solo acto de fe ni tener conocimiento alguno sobrenatural si no la iluminara la luz del Espíritu Santo. Convencidos de esta verdad, ¿cómo es posible que nos envanezcamos, nos alabemos, nos aplaudamos por nuestros éxitos? ¿No sería más natural que nos ocultáramos en la vida escondida y olvidada, mucho más favorable a la humildad, a la perfección y a la salvación del alma?

Además, el don de Ciencia nos hace considerar todos los ACONTECIMIENTOS como previstos y ordenados por la Providencia divina, que, infinitamente sabia, quiere únicamente nuestro bien. Así, el don de Ciencia nos ayuda a abrazarnos sin quejas ni murmuraciones con todo aquello que hiere nuestro orgullo, nuestro amor propio, nuestra altivez natural. Si queremos saber hasta qué punto el don de Ciencia ilumina nuestra alma, haciéndola someterse en todo al beneplácito de Dios, examinémonos y veamos cuáles son nuestras interiores disposiciones: si tenemos mayor deseo de pasar inadvertidos que de ser admirados y aplaudidos, si cuando nos vemos humillados soportamos la prueba con paciencia, porque éstas son precisamente las señales de la acción de la ciencia sobrenatural en nosotros.

¡Oh Virgen María, Esposa del Espíritu Santo! Enséñame a humillarme, a anonadarme ante la mirada de la soberana Majestad que llena el universo entero. Hazme vivir constantemente en su divina presencia, dándole siempre gracias por todos los beneficios de que ha querido colmarme, y pidiéndole insistentemente los socorros necesarios para progresar en el camino de la virtud. De ahora en adelante estoy plenamente RESUELTO: 1º a hacer que las obras de Dios me sirvan a modo de escaleras para elevarme hacia el Creador; 2º a aceptar siempre con calma y resignación las pruebas que el Señor quiera enviarme, pensando que su Providencia divina solo quiere mi santificación y eterna felicidad.

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