MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE PASCUA

 EL DESALIENTO

Para combatir mal tan funesto, recordemos que en la milicia del mundo la cobardía es una VERGÜENZA; ¡cuánto más en la milicia de Dios! Somos soldados de Cristo, llamamos a continua lucha; ¿no seremos valerosos y esforzados? Es verdad que son muchos nuestros enemigos, pero fueron ya VENCIDOS en el Calvario por la Cruz de nuestro divino Redentor. Además, Jesús está siempre con nosotros, Jesús, Rey de la gloria; y también luchan a nuestro lado María, la Reina de los Cielos y millones de ángeles y de santos. ¿Por qué asustarnos tanto? Sobre todo, ¿por qué desfallecer?

El desaliento ya hemos dicho que de nada vale; en vez de aminorar nuestros males, los aumenta. La ORACIÓN y la CONFIANZA todo lo pueden, en cambio. El alma que se deja llevar del pesimismo, se dice a sí misma: "Aunque rece, Dios parece no oírme, porque no me concede lo que le pido; siempre las mismas luchas, siempre las mismas dificultades." Pero la fe responde: "Estas pruebas, estas luchas, estas dificultades son medios de que puedes valerte para tu santificación. Si a ellas sabes resignarte, expiarás tus culpas, practicarás las humildad y la paciencia y esforzarás tu ánimo. Por tu propia experiencia podrás aprender que el Señor no te prueba más allá de tus fuerzas, y que viene en tu auxilio cuando le invocas, sirviendo esta experiencia para curarte de tu desconfianza y cobardía. -Tomemos la resolución de afirmar más y más nuestra fe en las siguientes verdades: 1ª Que nada escapa a la Sabiduría infinita de Dios y nada puede sustraerse a su inmenso poder. 2ª Que todo cuanto pueda acontecernos es siempre por la Voluntad de Dios, que obra en nosotros movida a impulsos de su Bondad sin límites. 3ª Que, por tanto, nunca debemos consentir que el desaliento se apodere de nosotros, cuando este Médico divino cura nuestra vanidad, humillándonos; nuestras ambiciones, nuestra sensualidad, nuestro egoísmo, enviándonos reveses, enfermedades, privaciones, y remediando todos nuestros defectos con diversas pruebas, que, a modo de medicinas amargas y operaciones dolorosas, santifican y vivifican nuestra alma.

¡Oh Dios mío! Si yo te amase verdaderamente y supiera confiar plenamente en ti, ni las penas ni las tentaciones lograrían disminuir mi valor. Concédeme, te lo ruego, la gracia de esperarlo todo de ti, y que conozca mi importancia para obrar el bien. Y tú, ¡oh dulcísima Madre mía, María!, ahuyenta de mi corazón la TRISTEZA Madre mía, María!, ahuyenta de mi corazón la TRISTEZA que me abruma al aumentar la carga de mis deberes, y la DESCONFIANZA que no me deja acudir a la oración y apoyarme en tu auxilio poderoso.

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