MIÉRCOLES DE PENTECOSTÉS

 DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Los dones del Espíritu Santo dimanan en cierto modo de la gracia santificante, y se conceden en relación a ella, aumentan en nuestros corazones con la divina amistad y a medida DEL AMOR que profesamos a Dios. Según San Francisco de Sales, los dones del Espíritu Santo son, por decirlo así, propiedades del amor divino. ¿Qué es la Sabiduría sino el amor que nos ayuda a conocer a Dios y a gustar de él? ¿Qué la inteligencia sino una llama luminosa que nos ilumina acerca de las bellezas de la fe y de los misterios de la religión? Y la Ciencia es el amor que tiende siempre a elevarnos al Creador por medio de las criaturas; el Consejo es la discreta y amable caridad que nos proporciona los mejores medios de unirnos al Señor, cumpliendo en todo su divina voluntad.

La Fuerza es también AMOR, que, semejante a la muerte, rompe todos los lazos y derriba todos los obstáculos para unirnos al Bien supremo; así como la Piedad también lo es, porque la Piedad es amor filial hacia el Padre y fraternal hacia el prójimo. El Temor de Dios, último don del Espíritu Santo, consiste en un amoroso cuidado de evitar aún la más leve sombra de pecado que pudiera ofender al objeto amado. Luego cuanto más amemos al Señor, más se perfeccionarán estos siete dones en nuestras almas.

En consecuencia, PROCURAREMOS huir de las faltas más pequeñas y propongamos arrancar de nuestros corazones las aficiones exageradas, los deseos demasiado vehementes y los sentimientos naturales en demasia hacia nosotros mismos y hacia las criaturas. Todo esto es obstáculo al amor divino y no permite el crecimiento en nosotros de los dones celestiales. Así mismo, la disipación, el amor al lujo, a las comodidades, a los manjares exquisitos, las frivolidades, las vanas satisfacciones, la orgullosa susceptibilidad que por todo se ofende y no sabe sufrir nada, son defectos que alejan de nosotros al Espíritu Santo. Este Espíritu divino abandona también aquellas almas que no quieren desprenderse de sus apegos, ni variar de costumbres y de modo de pensar, rebeldes a sus inspiraciones y resistiéndose a sus divinos atractivos.

¡Oh Virgen purísima, digna Esposa del Espíritu Santo! Por el poder de tu intercesión, haz que se purifique mi corazón e inflame totalmente en los santos ardores de la caridad divina. Tomo la resolución de decir con frecuencia, lleno de amor y confianza: "Señor, concédeme a mí y a todos los cristianos LOS DONES de Sabiduría, de Inteligencia, de Ciencia, y de Consejo, para que a todos nos ayuden a CONOCER tu amabilidad infinita; infunde en nosotros los dones de Piedad, de Fortaleza, de Temor de Dios, para que te amemos siempre y te sirvamos fielmente, sin reservas de ninguna clase hasta que rindamos el último suspiro.

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