MIÉRCOLES DE ROGATIVAS

 PETICIÓN DE UN CORAZÓN CONTRITO

Después que el rey Saúl hubo pecado contra Dios por doblez y desobediencia, el Señor le desechó y le arrojó de su PRESENCIA. Y el Espíritu Santo, que hasta entonces le había dirigido, se retiró de él y le abandonó al espíritu del mal. No es de extrañar, por tanto, que habiendo sucedido esto, el rey David, después de su pecado, temira ser castigado por Dios de la misma manera y exclamara lleno de compunción: "No me arrojes de tu presencia ni retires de mí tu Espíritu (Salmo 50, 13)." La presencia de Dios, la Faz de Dios, es el VERBO DIVINO, imagen de su substancia y en quien se encuentran reunidos todos los bienes. Ser arrojado de su presencia, es verse privado de los méritos de Jesús, como participan de ellos quienes le sirven y le aman. Y ser abandonados por el ESPÍRITU SANTO es no sentir ya los efectos de su presencia divina dentro de nuestra alma, no recibir de él ni inspiraciones particulares, ni gracias de santificación, como las que concede a las almas buenas. ¡Oh cuán triste y peligroso es semejante estado, que la Sagrada Escritura llama: abandono; ser vomitado de la boca de Dios, que siente repugnancia hacia los corazones cobardes, infieles, que no son ni fríos ni calientes! Cuando un alma se encuentra en este estado tan triste y lamentable, está además expuestísima a perderse para siempre, porque suele ser ello presagio de la condenación eterna.

¡Oh Dios mío! quiero decirte con el rey David: NO ME ARROJES de tu presencia, lejos de tu FAZ sagrada, lejos del Verbo encarnado por quien todo fue restaurado en el cielo y en la tierra. No me prives, te lo ruego, de la felicidad de participar en las gracias que todo buen cristiano obtiene por la oración y los sacramentos.

Y tú, ¡oh Espíritu consolador!, que Jesús se dignó enviarnos después de su gloriosa Ascensión, NO ME NIEGUES tus luces divinas, tus dones preciosísimos, tus dulces consuelos ni tus gracias tan poderosas y tan eficaces. Humildemente te suplico que infundas en mí: 1º el don de temor de Dios, para que aborrezca el pecado y cuanto pueda ofenderle; 2º el don de fortaleza, para que me ayude a vencer las tentaciones y soportar con paciencia las tribulaciones que el Señor quiera enviarme; 3º el don de piedad que me una a Dios y al prójimo con los fuertes lazos de la verdadera caridad. Y a ti, ¡oh María, Esposa del Espíritu Santo y Madre del Verbo encarnado!, te ruego me ayudes a ser siempre fiel a mi Creador, al bien soberano, para que jamás me arroje de su presencia ni retire de mi su Espíritu; para que en virtud de los méritos de Jesús y la gracia del Espíritu Santo me una estrechamente, con lazos de amor, a la infinita Bondad.

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