SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DESPUÉS DE PASCUA

LA FIDELIDAD A LA GRACIA DIVINA

La gracia habitual o santificante, que es la vida sobrenatural del alma, deberá estar sostenida en nosotros por la GRACIA ACTUAL. Esta es a la vez: 1º una luz que ilumina el entendimiento, haciéndole ver el bien y enseñándoselo a apreciar; 2º una fuerza o ardor especial, que lleva la voluntad hacia la virtud y se la hace amar y practicar. El ser dócil a esta luz y a este ardor se llama fidelidad a la gracia. Esta gracia o socorro divino es absolutamente INDISPENSABLE para llegar a alcanzar la perfección. Como el aire nos es necesario para respirar y, por tanto, para vivir, así es necesaria la gracia para la vida de nuestra alma. Sin esta gracia como dice el Apóstol, no podríamos tener ni un pensamiento meritorio para el cielo, y menos aun querer y obrar el bien provechosamente ante los ojos de Dios. como una planta no podría convertirse en ser razonable ni obrar libremente, a menos que le fuese otorgada la razón y el libre albedrío, así tampoco podría nuestra alma vivir sobrenaturalmente y conducirse de la misma manera sin la gracia actual que la ilumina, la exhorta, la excita, la impele, la inspira, la dirige y la fortifica para que pueda aspirar a la perfección; y cuanto más fiel es uno a ella, más progresos hace en la sólida virtud. El Espíritu Santo, en efecto, JAMÁS DESCANSA: tan pronto nos hace ver nuestra nada, nuestra miseria y las grandezas de Dios para que aprendamos a ser verdaderamente humildes, como nos exhorta interiormente a despreciar los bienes perecederos y a trabajar con ardor en adquirir los tesoros celestiales. Tan pronto nos inspira que no escuchemos nuestro amor propio, ni nos preocupemos de respetos humanos, como nos anima a renunciar a todas las satisfacciones del mundo y a mortificar nuestros sentidos. A veces nos anima a hacer el bien y nos consuela en nuestras penas, moviéndonos a poner nuestra esperanza en el cielo; y siempre nos fortalece, sobre todo cuando le invocamos, haciéndonos de esta suerte capaces de triunfar de las tentaciones del infierno, de vencer las repugnancias, de cumplir todos los deberes y, por último, si fuéramos siempre fieles a la gracia divina, nos haría llegar hasta aquella cima de perfección que alcanzaron los santos.

¡Dios mío! ¡cuántas veces me he resistido a tus inspiraciones! ¿Cuántas veces, desde mi infancia, he desoído los mandatos de tu gracia! Si yo hubiera sabido corresponder a ella fielmente, hubiera podido adquirir  la virtud de los santos. A veces una gracia seria el primer eslabón de una cadena de gracias que hubieras otorgado al alma dócilmente dispuesta para ello. Dame, te lo ruego, ánimos para reparar mi pasado: 1º estando siempre ATENTO a tus luces y divinas inspiraciones; 2º cumpliendo con DOCILIDAD perfecta tu santísima voluntad, y haciendo, por medio de la oración y de la abnegación, que sea en mí muy eficaz la acción de la gracia. Te suplico me lo concedas por los méritos de Jesús y de María, cuya poderosa intercesión atrae sobre las almas las gracias que llevan a la perfección.

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