SÁBADO DESPUÉS DE ASCENSIÓN

 LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Los dones del Espíritu Santo que perfeccionan la voluntad no son sino fuerza sobrenatural que infunde en nuestra alma ese Espíritu divino y que puede aplicarse a diversos objetos. Así, la PIEDAD es un firme y sincero sentimiento que nos lleva a dar a Dios el amor y el culto que le son debidos, ya sea en sí mismo, ya sea en sus imágenes que le representan. El TEMOR DE DIOS es un profundo respeto hacia la Majestad divina y un santo horror hacia todo aquello que puede ofenderle. La FORTALEZA es un don que nos hace obrar y sufrir noblemente, sin inconstancia y sin debilidades, a impulsos de la fe.

Durante el tiempo de la Pasión de Nuestro Señor fueron LOS APÓSTOLES  hombres tímidos y cobardes. Pero apenas bajó sobre ellos el Espíritu Santo, ¡qué cambio tan radical el suyo! Se hicieron hombres valientes y atrevidos. Lo mismo aconteció con los primeros cristianos, quienes, fortalecidos por el Espíritu Santo, supieron padecer con valor heroico los más crueles suplicios, dando la vida generosamente para defender su fe.

¿Somos nosotros como estas almas fervorosas que no retrocedían jamás ante ningún obstáculo, cuando se trataba de dar gusto a Jesús? ¡Cuántas dudas y qué debilidad cuando tenemos que vencer respetos humanos, padecer sonrojos, renunciar a una idea, perdonar las injurias y amar a nuestros semejantes! ¡Qué poco luchamos contra nosotros mismos cuando tenemos que reprimir el mal humor, nuestro carácter brusco, nuestros arrebatos y los caprichos de nuestra voluntad! Pues si no sabemos ser ni abnegados, ni pacientes y somos tan pobres en virtudes, LA CAUSA es sencillamente porque estamos mucho más llenos de nosotros mismos que del Espíritu Santo.

Humillémonos, pues, ante Dios profundamente, y confesémosle todas nuestras miserias, pidiéndole al mismo tiempo que nos conceda los dones que perfeccionan el entendimiento junto con los dones que perfeccionan la voluntad: 1º el TEMOR que nos haga aborrecer el pecado y respetar la divina presencia; 2º la FORTALEZA interior, que nos ayude a soportar las penas y a triunfar de las tentaciones; 3º la PIEDAD más sincera, que nos haga cumplir con perfección todos nuestros deberes para con él y para con los prójimos.

¡Oh Soberano Señor, Espíritu Santísimo y Todopoderoso! Concédeme gran delicadeza de conciencia para huir de las más leves faltas y estar siempre penetrado de los mayores sentimientos de respeto hacia tu adorable Majestad. Dame abnegación, dame paciencia para soportar con humildad cuanto contraríe mi orgullo y mi amor propio. Infunde en mí piedad ternísima y llena de unción, que me haga tomar gusto a la oración y rendirte los homenajes que te son debidos por tus excelencias infinitas y adorables perfecciones.

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