SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

 EL DON DE CONSEJO

Todos recibimos el día de nuestro Bautismo el don de Consejo; pero para aumentarlo y perfeccionarlo no nos contentemos con pedírselo a Dios; cumplamos además ciertas condiciones precisas para ello. La primera consiste en RENUNCIAR a las aficiones que roban la tranquilidad al alma y no la dejan juzgar las cosas como son: Los santos cumplieron siempre esta condición. San Francisco de Sales hizo consigo mismo un pacto, que no le permitía hablar una sola palabra en los momentos en que su corazón se sentía emocionado, pues pensaba, y no sin motivo, que bajo la impresión de la cólera o la impaciencia no es posible hablar con sabiduría ni dar un buen consejo sin calmarse primero y sustraerse a la influencia de la pasión. Porque la pasión es como nube que nos encubre la verdad; en cambio, la paz interior nos dispone a la reflexión y a la oración y nos hace obrar conforme a los principios de la razón y de la fe.

Otra condición muy necesaria para ser iluminados en los casos difíciles es la de CONSULTAR  con personas animadas del Espíritu de Dios. Por eso dice la Sagrada Escritura: "Tú, hijo mío, no hagas cosa alguna sin consejo y no tendrás que arrepentirte después de hecha (Ecl. 32, 24)." Además, cuando obramos así practicamos la humildad y la docilidad, que son los mejores medios para atraer sobre nosotros las luces de la gracia divina. Cuando nos sea imposible recurrir a un consejero prudente, imploremos entonces la ayuda DEL CIELO. Vayamos al sagrario, y pidamos que nos ilumine aquel "que es la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre (Juan 1, 9)." Imitaremos así la conducta de los santos. 

Pero quizá nosotros obramos de MUY DISTINTO MODO y nos sentimos llenos de pretensiones para juzgar, obstinados en nuestras decisiones y empeñados en obrar independientes, siguiendo en todo los caprichos de nuestra voluntad. Quizá somos poco discretos, demasiado prontos para hablar y contestar e incapaces de guardar un secreto. ¡Cuántas empresas han fracasado por ese hablar sin freno tan opuesto en todo al Espíritu de Dios! Y no se terminaría nunca si se quisieran detallar los pecados que pueden cometerse por falta de prudencia y de consejo.

¡Oh Dios mío, Espíritu de Verdad! Presérvame de la FALSA PRUDENCIA del mundo y de la carne, que tan solo se preocupa de los bienes pasajeros. Te ruego que, por el contrario, me hagas buscar sobre todas las cosas los tesoros de la gracia y el cumplimiento de tu divina Voluntad. Por intercesión de María Santísima, Madre del Buen Consejo, dígnate iluminarme, instruírme acerca de mis deberes; dirigirme, guiarme por las sendas que habrán de llevarme a ti. Para alcanzarlo tomo las siguientes resoluciones: 1ª desconfiar de mí mismo y orar y obrar siempre con calma; 2ª, consultar cuanto sea de alguna importancia con mi director espiritual para no tener después que lamentarme.

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