VIERNES ANTES DE PENTECOSTÉS

 DISPOSICIONES PARA CELEBRAR ESTA FIESTA

EL ESTADO DE GRACIA es condición precisa para recibir al Espíritu Santo. "Si me amáis, dijo el Señor, observad mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dan otro Consolador y abogado para que esté con vosotros. Luego el Espíritu Santo habita en el alma que desea su venida y que le atrae a sí con piadosos afectos, aun no poseyendo en alto grado la gracia santificante.

El Espíritu divino derrama sus dones sobre quien le busca en el retiro. La Escritura alaba al alma que, semejante a la tórtola, se esconde lejos del mundo, y en soledad y recogimiento se hace más dócil a la voz del Espíritu Santo y a sus insinuaciones y no sabe resistirse a sus atractivos divinos. En el desierto formó el Espíritu de Dios a los profetas e hizo de Juan Bautista una antorcha llameante. En el retiro del Cenáculo los Apóstoles se convirtieron en hombres nuevos. Los santos decían que nada existía en la tierra para ellos mejor que la soledad y el recogimiento, porque sabían por experiencia propia que ésos eran los mejores medios para obtener las gracias celestiales y los dulces consuelos que Dios envía a los que le aman.

El Señor quiere que los que le aman le estén sumisos y dóciles. Por eso dijo: "Si me amáis, observad mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté siempre con vosotros (Jn. 14, 15-16)." Y esto podemos también entenderlo así "El Espíritu Santo permanecerá en vosotros mientras me améis y estéis sometidos a mis preceptos y voluntad, seáis dóciles a las insinuaciones de la gracia y no os resistáis a nada de cuanto el Espíritu divino pida de vosotros." Por lo mismo dijo el apóstol San Pedro: "Dios ha dado el Espíritu Santo a todos los que le obedecen (Hechos 5, 32)."

¡Oh Espíritu Santo!, quiero tener el alma PREPARADA para recibirte, y para alcanzarlo procuraré adornarla con las flores de virtud que se cultivan en la soledad, el silencio y la oración; aromándola con fe, pureza, devoción; arrancando de ella cuanto pudiera disgustar a tus miradas divinas, sobre todo mi defecto dominante, el más dañino y en el que siempre vengo a recaer. Con tu gracia me propongo en estos días que preceden a tu fiesta: 1º escuchar con atención y obedecer tu voz, lo mismo cuando me corrige que cuando me ordena alguna cosa; 2º ofrecerte con generosidad, a pesar de todo lo que pudiera costarme, todos los sacrificios que me pidas. Pongo estas resoluciones bajo la protección de María Santísima, tu purísima Esposa.

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