VIERNES DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

 NOVENA AL ESPÍRITU SANTO

Procuremos empaparnos en los mismos sentimientos de los Apóstoles, cuando se preparaban en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo. Con qué profunda humildad recordaban su pasada ignorancia, su cobardía durante la Pasión del Señor y la falta de fe que Jesús hubo de reprocharles después de su Resurrección.

¡Cuántos motivos tenemos también nosotros para HUMILLARNOS profundísimamente! No solamente podemos decir con la Iglesia: "¡Oh Espíritu Santo, sin ti nada esté manchado!", sino que además podemos añadir a estas palabras nuestros pecados, faltas e imperfecciones, lo mucho que tenemos que reprocharnos y cuantos motivos tenemos para avergonzarnos. ¡Cuántas veces nos hemos resistido y sido infieles a las gracias del Espíritu Santo, cuántas hemos sido cobardes en su divino servicio, cuántas nos hemos olvidado de su presencia santísima y de los inmensos beneficios de que ha querido colmarnos! ¡Qué mal hemos correspondido a su amor y cómo deberíamos procurar reparar nuestra pasada conducta, haciendo actos de anonadamiento y verdadera contrición para que pudiera establecer en nosotros su reinado de una manera perfecta.

Los Apóstoles, además de espíritu de humildad, estaban también penetrados de espíritu de ORACIÓN y no cesaban de invocar al Altísimo, porque estaban plenamente convencidos de su impotencia y de lo mucho que necesitaban de la gracia divina, y ardían en deseos vehementísimos de recibir al Espíritu Santo. -Nosotros debiéramos también arder en deseos de recibirle, porque debiéramos también arder en deseos de recibirle, porque ¡es tanto lo que le necesitamos! ¡Cuántos defectos que corregir, cuántas flaquezas que remediar, cuántas virtudes, que consolidar! Roguémosle mucho que nos ayude y dejemos ya de estar distraídos con vanos pensamientos durante la meditación, la santa Misa y aun en el banquete Eucarístico. Tenemos que pedirle ser menos egoístas y no dejarnos llevar de los impulsos naturales y del propio interés en todas las acciones; pedirle que nos dé espíritu de mortificación, sentimientos nobles y generosos, la virtud del recogimiento, de la paciencia y de la abnegación, porque es muy grande nuestra pobreza espiritual, y él, dispensador de los dones celestiales, puede derramarlos sobre nosotros abundantemente. Pidámoselos con insistencia y a la manera que un pobre mendigo, muerto de hambre, pediría el pan necesario para su sustento.

¡Oh Dios mío! ¡Espíritu Creador, manantial de agua viva!, apaga el ardor de mi pobre corazón, consumido por las pasiones. Y como eres también fuego abrasador de divina caridad, inflámame de celo para caminar siempre en busca de la perfección. Quiero tomar las siguientes resoluciones, que con tu ayuda espero cumplir fielmente: 1ª ofrecerte durante todos los días de la Novena actos de mortificación y hacer algunas oraciones especiales; 2ª procurar corregirme de mis defectos trabajando para ello con más empeño que nunca y observar fielmente la regla de conducta que me tengo trazada; 3ª cumplir con el mayor cuidado todas mis prácticas de devoción y encomendarme de un modo particular a la divina Madre y a los santos Apóstoles, que juntos meditaban y oraban en el Cenáculo con un fervor siempre renovado.

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