15 DE JUNIO

 LA GRACIA SANTIFICANTE

Las riquezas que trae consigo la gracia santificante son, primero, la gracia habitual misma, que tiene un VALOR INFINITO (Sabiduría 7, 14). Luego, las virtudes infusas, teologales y morales, y los dones del Espíritu Santo; virtudes y dones más preciosos que el universo entero, pues siempre van acompañados de la amistad divina y nos hacen adquirir derecho a la eterna recompensa. Según el Concilio de Trento, el alma en estado de gracia y que obra por Dios MERECE en justicia que se le aumente la amistad divina, y obtener un grado de gloria en proporción con ese aumento de la divina amistad, digno objeto de todos nuestros deseos. Atrae además, a título de conveniencia, gracias actuales cada vez más abundantes y eficaces. "El más pequeño acto de amor divino, dice Santo Tomás, le hace merecer la vida eterna"; es decir, bienes que valen más que todos los tesoros de los reyes, que todas las magnificencias de la tierra y que todas las maravillas del firmamento.

Aunque la inmensa muchedumbre de ángeles y de santos que componen la corte celestial se reunieran para PREMIAR la más pequeña obra meritoria, por ejemplo una oración, un acto de virtud, nunca podrían reconpensárnosla debidamente, aunque durante millones de años agotaran sus recursos para ello. Dios mismo, si consagrara su poder a crear mundos infinitos para pagarnos dignamente, tampoco lo lograría, porque todos los bienes NATURALES reunidos no podrían nunca igualar en valor al menor grado de mérito SOBRENATURAL. Por eso el Señor nos promete darse por entero a nosotros, él, Bien supremos y eterno, para corresponder a lo que hagamos por su gloria (Gen. 15, 1).

Tan consoladora doctrina es verdaderamente capaz de animarnos a servir a Dios SIN RESERVA ALGUNA. Unas pulgadas de tierra excitan la ambición de los conquistadores, que afrontan los peligros y fatigas de la guerra. Y nosotros, soldados de la Cruz, ¿dudamos luchar contra nuestras perversas pasiones, cuando se trata de conquistar el reino eterno de los cielos? ¡Que ciegos somos al preferir satisfacciones pasajera y bienes perecederos a las puras alegrías y a los tesoros infinitos de la bienaventuranza sin fin! Pongamos de ahora en adelante todo nuestro empeño en huir de las faltas, aun las más ligeras; en reprimir nuestras malas inclinaciones, purificar nuestras intenciones y afectos, para lograr que nuestros actos sean constantemente meritorios.

¡Oh Jesús mío! Sin tu santa amistad soy como rama seca, incapaz de dar ningún fruto. Dígnate unirme a ti, como el sarmiento a la cepa, y haz que produzca abundantes frutos de salvación. Por intercesión de la santísima Virgen, siempre fiel, presérvame de la negligencia y cobardía en tu santo servicio, y concédeme las siguientes gracias: 1º alimentar habitualmente mi espíritu con la meditación de las verdades de la fe; 2º fortificar mi corazón con frecuentes oraciones y actos interiores que me unan a ti y me afirmen más y más en tu divino amor.

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