22 DE JUNIO

 EL CIELO, TÉRMINO DE NUESTRAS ESPERANZAS

La esperanza eleva el espíritu con el pensamiento de los bienes prometidos y con el deseo de poseerlos algún día. "Cuando considero, decía San Gregorio Nacianceno, la gran felicidad que se alcanza al morir y lo poco que se pierde al dejar la vida, no lo puedo remediar, y digo a Dios: ¿Cuándo será, Señor, el día en que quieras sacarme de esta tierra para conducirme a la verdadera patria?" Estos debieran ser también nuestros sentimientos. Pero ¿podríamos acaso, como dice San Agustín, ser admitidos como ciudadanos del cielo si antes no hubiésemos gemido en la tierra como desterrados ansiosos de llegar a la eterna bienaventuranza? ¿Qué será lo que con más fuerza nos desprenda de esta vida pasajera, sino la esperanza de una vida que no tendrá fin?

En este mundo sufrimos, pero en el cielo gozaremos. Por eso deberíamos decir, siempre que nos viéramos afligidos o enfermos, a ejemplo del santo Job: "Yo sé que vive mi Redentor y que he de resucitar del polvo de la tierra en el último día y de nuevo he de ser revestido de esta piel mía y en esta mi carne veré a mi Dios (Job 19, 25)"; ésta es la esperanza que me consuela en medio de mis males. -Cuando nuestra alma se encuentre abatida por la tristeza, la ansiedad, el tedio; cuando sufra la prueba de las tentaciones o dela adversidad, nada habrá que la pueda consolar tanto, nada capaz de reanimarla como la esperanza de gozar algún día de Dios en su gloria, de amarle, de alabarle y participar por siempre jamás de su infinita felicidad.

Si tenemos que soportar caracteres difíciles, opuestos al nuestro; si tenemos que luchar contra defectos, prejuicios y antipatías, de los cuales Dios se sirve para ejercitarnos en la paciencia, en la abnegación y en el espíritu de sacrificio; si tenemos, por desgracia, que convivir con los malos, entonces fortifiquémonos para las luchas exteriores e interiores, animándonos con el pensamiento de que, después de esta breve vida, entraremos a formar parte de la gran familia del Padre celestial, la más noble, santa, amorosa y amable de todas las familias que jamás podrán existir, porque está compuesta por la Caridad increada que es Dios, por el Amor encarnado que es Jesús, por la Reina y la Madre de la Misericordia que es María y por lo más escogido de la creación: ángeles y bienaventurados. Y esa gran familia nos acogerá en su seno con inefable ternura, que nunca variará. -Nos anegaremos en un mar de delicias sin fin y gustaremos dulzuras más suaves que la miel al gozar del Bien supremos en medio de tan augusta asamblea, de la cual formaremos parte y en cuya compañía disfrutaremos de la gloria, de las alegrías, de las riquezas y de una inmortalidad felicísima.

¡Dios mío!, ¡qué consoladora perspectiva, sobre todo al ser probados por las penas, las tentaciones, las dificultades y los agobios de la vida! Te ruego fortifiques en mí: 1º la esperanza y el deseo de poseerte algún día en la celestial Jerusalén; 2º la seguridad y confianza de recibir de ti los medios que a ella habrán de conducirme, especialmente tu divina gracia y el espíritu de oración, que son la llave de las virtudes, que, por lo tanto, nos abren las puertas del cielo.






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