27 DE JUNIO

 NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO

En la oración del 24 de mayo y en el oficio de hoy, la Iglesia da a María este nombre tan hermoso, y no se lo da sin motivo. Las palabras que el divino Redentor, poco antes de morir por la salvación del género humano, dirigió a su Madre: "HE AQUÍ A TU HIJO", querían decir: He aquí al hijo que tú estás dando a luz a la vida de la gracia, que no es sino la vida sobrenatural de su alma, si no podrá conservarla solo; por esto te lo confío; EN TODO MOMENTO tendrás que sostenerlo por los difíciles caminos que llevan al cielo. Así fue María solemnemente proclamada por Jesús "Reina y Madre del Perpetuo Socorro".

Además, el divino Maestro nos ha recomendado a todos que OREMOS siempre sin cansarnos jamás, porque todo el que pide recibe". De aquí la necesidad para María, Dispensadora de los dones celestiales, de prestar CONSTANTEMENTE atención a nuestras súplicas, de estar siempre dispuesta a otorgarnos lo que le pedimos; en una palabra, de ser el canal por el que habrán de llegar a nosotros las gracias de salvación.

Esto tiene que ser así, porque SIN CESAR habremos de LUCHAR en la vida contra el mundo, el infierno y nuestras pasiones. Debemos combatir en nosotros la naturaleza con todos sus defectos, la imaginación con sus desvaríos, nuestra propia razón con sus prejuicios, el egoísmo con sus suspicacias, quejas y repugnancias. Sin esta lucha de todo momento no podría existir en un alma la sólida virtud. Pero no nos sería posible reñir este combate incesante sin el socorrer perpetuo de la Madre de la perseverancia. Niños siempre en la vida sobrenatural, necesitamos que una Madre no nos pierda de vista y continuamente nos alimente con la leche sobrenatural, alimento insustituible para el progreso espiritual. Sin esto nos sería imposible VIVIR SIEMPRE recogidos, orar habitualmente y permanecer tranquilos y dueños de nosotros mismos, siempre animados del Espíritu de Dios y cumpliendo con toda fidelidad los propios deberes.

¡Oh Mediadora de nuestra salvación!, si no fuera por ti nada podría hacer para santificarme. Al contemplar tu imagen, en la que estás representada con el Niño divino en los brazos, y al Niño Jesús entre dos ángeles, que le muestran los instrumentos de la Pasión, merece escuchar cómo me dices llena de bondad: "Mira a mi Hijo y considera todo lo que sufre para demostrarte su amor eterno. ÉL y yo siempre estamos contigo; contigo en los dolores, en las angustias, en las dificultades, en las tristezas; contigo en todos los momentos de la vida, y estaremos sobre todo a la hora de tu muerte."

¡Oh María!, ¡qué consoladoras son tus palabras y cuánto me animan! Tú, que nunca me olvidas, atrae hacia Jesús y hacia ti mis pensamientos, deseos y todos mis afectos. Que cada latido de mi corazón se aun acto de fe en tus grandezas, de confianza en tus bondades y una oración ferviente que atraiga sobre mí sin cesar los preciosos efectos de tu misericordia.

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