28 DE JUNIO

 EL PODER DE LA ORACIÓN

El Evangelio de San Mateo nos relata así este episodio de la vida del Señor: "Entró Jesús en una barca, acompañado de sus discípulos. Y he aquí que se levantó una TEMPESTAD tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca. Mas Jesús estaba durmiendo. Y acercándose a él sus discípulos, le despertaron, diciendo: Señor, sálvanos, que perecemos. ´Les dice Jesús: ¿De qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, puesto en pie, mandó a los vientos y al mar que se apaciguaran y se siguió una gran bonanza (Mt. 8, 23-28)."

¡Cuántas veces, como una terrible tempestad, la TENTACIÓN ha arreciado en nuestras almas! En tal coyuntura, no hay más salvación que acudir a Jesús, como a él acudieron los Apóstoles, y desde el fondo de nuestros corazones implorar su socorro, prorrumpiendo en el grito de: "Sálvanos, Señor, que perecemos." Repitamos esta apremiante llamada interior en tanto que no vuelva a aquietarse nuestra alma, pues Jesús habrá de restablecerla al oír nuestras súplicas y apaciguará nuestras malas pasiones. ¡Cuántas victorias lograremos si de este modo tan sencillo imploramos el auxilio del Señor! ¡Cuántas DIFICULTADES y pruebas podremos sobrellevar siempre que así obremos!

La adversidad es como una losa sobre nuestro corazón: le aplastaría bajo su peso si no estuviese sostenido por una fuerza divina, fuerza invencible, que obtenemos por la oración. "Clamé al Señor en mi tribulación y me atendió (Salmo 119, 1)", decía David. Con estas palabras quiso decir que el Señor le había fortificado y consolado y hasta librado de su pena. Los mártires invocaban a Dios en medio de sus tormentos, y el Señor les infundía valor y constancia para vencer en el combate.

Y precisamente cuando nos encontramos angustiados por el dolor, la tristeza y las tribulaciones es cuando más necesitamos de este socorro divino. Y a veces acontece que en aquellos momentos críticos de la vida es cuando APENAS si nos acordamos de rezar, sumidos por completo en nuestro dolor. Pero ¿por qué no pedimos entonces fuerzas al cielo para llevar la cruz? Únicamente pensamos en buscar alivio a nuestras penas y no nos detenemos a considerar el premio a que nos haríamos acreedores por nuestra resignación. Seamos de ahora en adelante más cristianos o más constantes en pedir al Señor que nos conceda la gracia de saber sufrir con calma, paciencia y amor, como verdaderos discípulos de Jesús crucificado.

¡Oh María, Madre mía dulcísima! A ti, que siempre estuviste tan unida a la voluntad divina, que fuiste verdadero modelo de resignación perfecta, te suplico me alcances de Dios la gracia de orar con verdadera devoción y fe y con una plena confianza en la eficacia de mis súplicas. Haz que RECURRA siempre a Jesús y a ti, y de modo particular en estas ocasiones: 1º cuando tenga que luchar contra mis inclinaciones y defectos y tenga que resistir los embates del infierno con peligro de ofender a Dios; 2º y en aquellos momentos en que las contradicciones, la confusión de ideas y las contrariedades hacen que necesite mi alma, más que nunca, paz, silencio y RESIGNACIÓN.

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