30 DE JUNIO

 DE QUÉ MANERA HEMOS DE ORAR

Si cuando rezamos con fe y humildad es atendida nuestra oración, también lo es siempre que rezamos con confianza y perseverancia. De esto tenemos una prueba evidente en la CANANEA, mujer que nos habla el Evangelio, cuya fe ponderó el mismo Jesús. Era pagana y extranjera, y, sin embargo, suplicó al Salvador que le sanase a la hija enferma: "¡Señor, Hijo de David, le decía, ten lástima de mí! Mi hija es cruelmente atormentada del demonio (Mt. 15, 22)." Exclamaba Orígenes, ¡qué hermosa oración es ésta, tan humilde en sí y tan llena de CONFIANZA; qué emocionante también por el tono patético en el que está expresada, y por la explicación del mal del que pide la curación!

Sin embargo, el Salvador parecía no querer escucharla. "Pero aquella madre desgraciada, dice San Agustín, gritaba e INSISTÍA." El Señor continuaba su camino, y ella iba en pos, repitiendo la misma súplica sin cansarse: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!" Los Apóstoles, aburridos de oírla y quizá compadecidos de ella, dijeron al Salvador: "Concédele lo que pide, a fin de que se vaya, porque viene gritando tras nosotros." Entonces Jesús se niega abiertamente a atender los ruegos de la cananea, y dice: "Yo no soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel."

Y ¿qué hizo entonces la pobre mujer? ¿Se retiró murmurando? No, que SIGUIÓ tras el Salvador, y le siguió hasta el lugar en que entró para librarse de ella, y postrándose a sus plantas, le adoró y le suplicó de nuevo que le ayudase. Y allí fue cuando el divino Maestro le dijo: "no es justo tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros." Con lo cual quiso decirle que no iba a otorgarle a los paganos los beneficios reservados para los judíos. Con esta respuesta hubiera desconcertado a quien no hubiera poseído la firme constancia de la Cananea, que, sin dejar de suplicar, le replicó: "Es verdad, Señor, pero los perritos comen, a lo menos, las migajas que caen de la mesa de sus amos." Al escuchar estas palabras, el Señor se dio por vencido y exclamó: "¡Oh mujer! ¡Grande es tu fe! ¡Hágase conforme tú lo deseas!" Y la hija de aquella madre admirable quedó sana en aquel momento.

¡Qué santa TENACIDAD la de la oración! ¡Qué poder tan grande tiene sobre el Corazón de Jesús, aun cuando la oración vaya pronunciada por labios de mujer pagana! El Salvador tenía motivos para negar a la Cananea lo que le pedía, y, sin embargo, no pudo resistirse a su FE y a su PERSEVERANCIA. - ¡Oh Jesús! De esta manera descubres cuánto te gusta que te importunemos con nuestras oraciones. Ya no dudaré más en repetirte las mismas súplicas, las mismas oraciones jaculatorias, siempre que me las inspire el corazón, porque estoy persuadido de que mi insistencia no te cansará jamás. Por intercesión de tu dulcísima Madre María, concédeme esta santa virtud de la PERSEVERANCIA en la oración, a pesar de las tentaciones, del hastío, de todas las dificultades. Hazme recurrir a ti siempre: 1º con fe, respeto, humildad y atención; 2º con confianza, fervor, constante deseo y firme esperanza de ver atendidos mis ruegos.

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