SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 LA COMUNIÓN

El alimento eucarístico, según Santo Tomás, no obra tan solo en nuestras almas; obra también sobre nuestros cuerpos, de dos maneras: INDIRECTAMENTE, al aumentarnos la caridad, disminuyendo de este modo la concupiscencia; DIRECTAMENTE, al poner nuestra carne en contacto con las especies sagradas, las cuales milagrosamente nos alimentan como si fueran substancias. Dice San Cirilo de Alejandría que, a veces, este contacto cura a los enfermos y preserva de la muerte corporal. El padre de San Gregorio Nacianceno, agotado por unas fiebres pertinaces y penosas, cuando parecía que para él había llegado la hora de la muerte, sanó repentinamente al recibir el domingo de Resurrección la sagrada Comunión, siendo muchos los hechos análogos dignos de fe que podrían referirse.

"¡Oh gracia maravillosa y escondida!, leemos en la Imitación, que conocen solamente los fieles de Cristo. Pero los infieles y los que sirven al pecado no la pueden gustar. Tanta es algunas veces esta gracia, que de la abundante devoción que causa, no solo el alma, sino aun el cuerpo flaco, siente haber recibido mayores fuerzas (Imitación, lib. IV, cap. I)." ¡Cuántos santos vivieron milagrosamente alimentados solo por la divina Eucaristía! El bienaventurado Nicolás de Flué pasó veintidós años de su vida sin recibir más alimento que éste.

Tales hechos milagrosos son propios para reanimar la confianza en la virtud todopoderosa del Sacramento, sobre todo contra la rebelión DE LA CARNE y contra los deseos sensuales. ¡Con cuánto fervor y seguridad debiéramos acudir a este Sacramento siempre que nos vemos en algún peligro! Dice San Bernardo: "Si no sentís ya con tanta frecuencia los accesos de la cólera, de la envidia, de la lujuria y de los demás vicios, dad gracias por ello al cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo."

Además, cuando lo recibimos, este cuerpo divino deposita en nosotros gérmenes de INMORTALIDAD. "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día (Juan 6, 55)." Esta unión contraída con el cuerpo glorioso de Jesús en la Eucaristía, nos hace merecer la dicha de resucitar con él, como los elegidos. -¡Oh, si comprendiéramos el inmenso valor de este banquete divino, iríamos a Jesús como va el enfermo al médico, como el ciervo sediento a la fuente de agua viva, como el hambriento mendigo a una mesa abundantemente abastecida. le pediríamos limosna, como el pobre a su rey, como el esclavo a su señor, como la criatura a su Creador, como el alma indigente y desolada al soberano Bienhechor, que le consuela amorosamente.

¡Oh Jesús-Hostia! Tú eres la salud de los enfermos, quiero decirte como San Bernardo, tú fortificas a los débiles y alegras a los fuertes; tú curas nuestra indolencia y nos conservas siempre sanos. Por ti el que te recibe se hace dulce, paciente en las pruebas valiente para el trabajo, ardiente en tu divino amor, vigilante, pronto a obedecer y agradecido a todos tus beneficios.

¡Oh María, Madre de mi alma!, hazme capaz de recibir y gustar estos frutos preciosísimos de la sagrada Comunión, para que con ellos pueda santificar mi vida.

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